El 10 de mayo, fiesta de San Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, María Jesús Fernández Cordero, Sierva seglar de Jesucristo Sacerdote y profesora de Historia de la Iglesia en la Universidad Pontificia Comillas, impartió una conferencia a los sacerdotes diocesanos de Salamanca.
Fue una jornada de acción de gracias por el ministerio, en especial por quienes cumplían 50 y 25 años de su ordenación presbiteral. Se celebraban además los 25 años del ministerio episcopal del obispo don Carlos López (nueve en Plasencia y dieciseis en Salamanca).
Comenzó el acto con unas palabras de Domingo Martín Vicente, Delegado Episcopal para el Clero y las Vocaciones Sacerdotales, dando la acogida a todos los presentes (sacerdotes, familiares y amigos) e invitando a compartir a los homenajeados; en primer lugar, quienes celebraban sus Bodas de Oro Sacerdotales (Jesús Porras Trigo y Melitón Gutiérrez Hernández); luego, quienes celebraban las Bodas de Plata (Luis Javier Garrote, Juan Andrés Martín Fernández, Rafael Blanco Morales, Policarpo Díaz Díaz y Pablo Fernando Lamamié de Clairac y Palarea). Sus intervenciones fueron una acción de gracias a Dios por el don de su vocación, por las personas que intervinieron en ella, por las comunidades en que han servido a lo largo de estos años (tanto del mundo rural como del mundo urbano), por el don de la eucaristía, y por toda una vida que no cambiarían por nada. Sus palabras dieron al acto un tono entrañable y crearon un clima de fraternidad sacerdotal.
Después impartió su conferencia María Jesús Fernández Cordero, con el título La palabra personal e interior en el acompañamiento espiritual de San Juan de Ávila. La ponencia subrayó la profunda unidad que Ávila percibía entre la predicación y el acompañamiento o guía espiritual; si lo primero es «engendrar por la palabra hijos de Dios», lo segundo es «criarlos»: un engendrar, gestar, alumbrar, criar, hacer crecer, que exige «corazón de padre o madre». Este ministerio comporta un «llamamiento del Señor», una comunicación del espíritu de Cristo, y su núcleo es un amor «cuidadoso y fuerte» que Dios pone en el corazón de algunos para manifestar el amor de Dios hacia los hombres: un amor de iniciativa, para quien no lo merece, no corresponde, o es enemigo; un amor propiamente divino, que no se sustenta en lazos familiares ni fraternos, sino que revela la iniciativa de Dios. La conferencia expuso también las condiciones de un guía espiritual (letrado y experimentado: formado y con experiencia de Dios), y las cualidades de la relación de acompañamiento, que ha de buscar la madurez espiritual de la persona. Se trata de una relación de mediación, cuya dimensión trascendente no se puede perder: ha de remitir a Dios y ayudar a la relación con Él. El conocimiento propio y el conocimiento de Dios fueron dos claves importantes sobre las que reflexionó Juan de Ávila, y se expusieron su líneas principales, así como distintos matices del discernimiento espiritual y la tonalidad martirial de la espiritualidad avilista.
A continuación se pasó a la celebración de la eucaristía, presidida por el obispo y concelebrada por los sacerdotes.
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