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Berna Abánades Abánades, vivió para Dios, vive con Dios

18 Jun, 2019 | Viven con Dios

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El pasado 12 de junio, en la víspera de la Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, falleció en Logroño Berna Abánades. Había nacido en 1933, en Ablanque (Guadalajara). Ingresó en el Instituto en 1964 y realizó su consagración perpetua en 1973.

Recordaba la alegría del descubrimiento de la vocación en la secularidad consagrada y en el carisma sacerdotal. Guardó siempre un gran recuerdo del Fundador, el P. Juan Sánchez Hernández: «un hombre extraordinario, sencillo y compasivo, muy positivo», de cuyas conversaciones salía siempre «con el corazón lleno de Dios, por su gran espíritu sacerdotal, sus consejos siempre clarificadores, su santidad», que ayudaba a caminar en santidad.

Berna fue una Sierva universal, mujer sacerdotal y apostólica, de vocación misionera. Una gran parte de su apostolado transcurrió en Chile, en dos etapas (1974-1988 y 1998-2003), en Lonquén y en Talagante. Estuvo también en Almería, en Galicia (La Coruña y Santiago de Compostela) donde fue Directora Local, en Madrid (Parroquia de los Dolores, Residencia Sacerdotal, Seminario) y en Logroño. Lo vivió todo con gran disponibilidad y entrega.

Fue una gran evangelizadora. Desde muy joven quería comunicar al Señor, «entregar a Cristo a los hermanos». Hizo suya esta exclamación de San Pablo: «¡Ay de mí si no evangelizara!» (1 Cor 9,16). Y la vivió con gran convencimiento e intensidad.

Fue una enamorada de las comunidades parroquiales, pues su propia vocación nació en este ambiente. Donde estuviera, la Parroquia era su vida y la amaba. Sentía la comunidad, vivía la comunión, animaba la liturgia, celebraba liturgias de la Palabra en ausencia del sacerdote, compartía la Palabra con gran profundidad. Trabajó mucho con los jóvenes, que fueron siempre para ella una prioridad, con gran entrega, sin importarle el horario y el tiempo. El acompañamiento espiritual fue uno de sus dones: orientó vocaciones, incluso al sacerdocio, y por su don de consejo fue importante en la vida de muchas personas.

Llevaba muy dentro el carisma del Instituto, y deseaba transmitirlo con toda fidelidad a las generaciones siguientes de Siervas. Amaba profundamente el sacerdocio. Su oración preferida: «Danos sacerdotes según tu Corazón. Santos y buenos sacerdotes».