MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA ITALIANA DE LOS INSTITUTOS SECULARES
¡Queridos hermanos y hermanas!
Con motivo del 70 aniversario de la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesiae, la Conferencia Italiana de los Institutos Seculares, bajo el patrocinio de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, os ha convocado sobre el tema «Más allá, y en el medio. Institutos Seculares: historias de pasión y profecía para Dios y el mundo”. Extiendo a todos mi cordial saludo, con el deseo de una congreso fructífero.
Ese documento de Papa Pio XII fue de alguna manera revolucionario: esbozó, efectivamente, una nueva forma de consagración: la de los fieles laicos y presbíteros diocesanos llamados a vivir los consejos evangélicos en la secularidad en la que están inmersos debido a su condición existencial o a su ministerio pastoral. Por lo tanto, la novedad y la fecundidad de los Institutos Seculares estriba en conjugar la consagración y la secularidad, practicando un apostolado de testimonio, de evangelización -especialmente para los presbíteros- y de compromiso cristiano en la vida social -especialmente para los laicos-, a lo que se añade la fraternidad que, sin estar determinada por una comunidad de vida, es sin embargo comunión verdadera.
Siguiendo las huellas de Provida Mater, hoy estáis llamados a ser portadores humildes y apasionados, en Cristo y en su espíritu, del sentido del mundo y de la historia. Vuestra pasión nace de la maravilla, siempre nueva, por el Señor Jesús, por su forma única de vivir y amar, de encontrar a la gente, de sanar la vida, de llevar consuelo. Por lo que vuestro «estar dentro» del mundo no es sólo una condición sociológica, sino una realidad teológica, que os permite estar atentos, ver, escuchar, com-padecer, con-alegrarse, percibir las necesidades.
Esto significa ser presencias proféticas de una manera muy concreta. Significa llevar al mundo, en las situaciones en que se encuentre, la palabra que se escucha de Dios. Eso es lo que caracteriza propiamente la laicidad: Saber decir esa palabra que Dios tiene que decir sobre el mundo. Donde «decir» no significa tanto hablar, sino actuar. Decimos lo que Dios quiere decirle al mundo, actuando en el mundo. Esto es muy importante. Especialmente en una época como la nuestra en la que, frente a las dificultades, puede haber la tentación de aislarse en las zonas propias, cómodas y seguras, y retirarse del mundo. Vosotros también podríais caer en esta tentación. Pero vuestro lugar es «estar dentro», como una presencia transformadora evangélica. Ciertamente es difícil, es un camino que lleva aparejada la cruz, pero el Señor quiere recorrerlo con vosotros.
Vuestra vocación y misión es prestar atención, por una parte, a la realidad que os rodea preguntándoos siempre: ¿Qué ocurre?, sin deteneros en lo que aparece en la superficie, sino profundizando; y, al mismo tiempo, al misterio de Dios, para reconocer dónde se está manifestando. Atentos al mundo con el corazón inmerso en Dios. Por último, me gustaría sugerir algunas actitudes espirituales que os pueden ayudar en este camino y que se pueden resumir en cinco verbos: rezar, discernir, compartir, dar valor y tener simpatía.
Rezar para estar unidos a Dios, cerca de su corazón. Escuchar su voz ante cada evento en la vida, viviendo una existencia luminosa que toma en mano el Evangelio y lo toma en serio.
Discernir es saber distinguir las cosas esenciales de las secundarias; es afinar esa sabiduría, que se cultiva día a día, que permite ver cuáles son las responsabilidades que es necesario asumir y cuáles son las tareas prioritarias. Es un camino personal pero también comunitario, donde no es suficiente para el esfuerzo individual.
Compartir el destino de cada hombre y mujer: aunque los acontecimientos del mundo sean trágicos y oscuros, no abandono el mundo a su suerte, porque lo amo, como lo amo y con Jesús hasta el final.
Dar valor: con la gracia de Cristo, no perder nunca la confianza, que sabe ver el bien en todo. También es una invitación que recibimos en cada celebración eucarística: «Levantemos el corazón».
Tener simpatía por el mundo y por la gente. Incluso cuando hacen de todo para que la perdamos, estar animados por la simpatía que viene del Espíritu de Cristo, que nos hace libres y apasionados, nos hace «estar dentro», como la sal y la levadura.
Queridos hermanos y hermanas, ojalá seáis en el mundo como el alma en el cuerpo (cf. Carta a Diogneto , VI, 1), testigos de la resurrección del Señor Jesús. Este es mi deseo para vosotros que acompaño con mis oraciones y mi bendición.
Desde el Vaticano, 23 de octubre de 2017
Francisco
0 comentarios