El 26 de enero de 2020 falleció en Madrid Leonor Gutiérrez Sánchez; en el Instituto la llamábamos cariñosamente Leo.
Había nacido el 20 de febrero de 1927 en Menasalbas (Toledo), pueblo en el que creció junto a sus tres hermanos y con el que siempre mantuvo una entrañable relación.
Tuvo una viva sensibilidad religiosa desde muy jovencita y debió mucho de su formación y su crecimiento en la vida espiritual a la Acción Católica: círculos de estudio, ejercicios, cursillos, asambleas… Desde entonces se sintió atraída por todo lo sacerdotal. Vivía con alegría la entrega «pro eis» y se interesaba por la vida y la formación de los seminaristas.
Cuando conoció el Instituto Secular Siervas Seglares de Jesucristo Sacerdote, se sintió profundamente identificada con su lema: «Todo por los elegidos, para que ellos sean santificados»; fue muy grande su alegría entonces, y lo vivió intensamente a lo largo de toda su vida. Era el carisma sacerdotal que el Señor había puesto ya en su corazón. Ingresó en el Instituto en 1965 y celebró su consagración perpetua el 3 de septiembre de 1975.
Tuvo su trabajo en la Parroquia de Nuestra Señora de Madrid, desde 1975, año en que se trasladó a Madrid animada por el P. Juan, hasta su jubilación. Realizó ministerios también en Castellón, en la Residencia Sacerdotal Diocesana de Tarazona (Zaragoza) y en el Centro de Formación Vocacional del Instituto en Madrid (Avda. Buenos Aires), hasta que pasó a residir en la casa de la calle San Juan de Ávila. Allí, en sus últimos días, disfrutó mucho con la apertura del Cenáculo Sacerdotal «Juan Sánchez Hernández», con la presencia de los numerosos sacerdotes que acuden a rezar junto a la tumba del P. Juan, y los acompañaba uniéndose a ellos en oración silenciosa.
Leo era una mujer delicada, respetuosa, orante y de mucha hondura. Al mismo tiempo, una mujer de carácter. Era muy constante y responsable en sus tareas. En la formación permanente de su grupo fraterno aportaba mucho, sobre todo transparentando la autenticidad de su vivencia vocacional y su enamoramiento del Señor. Su alegría brotaba de la eucaristía diaria y la adoración al Santísimo.
Fue una mujer feliz, que disfrutaba con la celebración de la fe y con la oración a la Virgen; también con jugar a las cartas y cuidar de las plantas. Para ella todo era alabanza y gloria a Dios. Tenía una gran capacidad para hacer amigos y cuidar de la amistad: fiel al cariño de la gente, cercana y detallista. Estaba orgullosa de su familia, a la que quería entrañablemente.
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