El misterio de la cruz es tan grande, que nunca lo agotaremos. El misterio de la cruz es tan nuestro, tan humano y tan cercano, tan vivo y tan actual, que siempre lo comprenderemos. El misterio de la cruz es tan divino, que nunca lo terminaremos de entender.
La cruz sola es insufrible y temible. Con Cristo, la cruz se ilumina. Cristo es el único que puede dar sentido y gracia a la cruz, a la suya y a la nuestra, a todas.
Sigamos los pasos de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, los fundamentados en el Evangelio. Acompañémosle, para acompañar desde él a todos los que hoy cargan con la cruz y padecen el Calvario.
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Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús se arrodilló y estuvo orando así: «Padre, si quieres aleja de mí esta copa de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Entonces se le apareció un ángel del cielo, que lo estuvo confortando. Preso de la angustia, oraba más intensamente, y le entró un sudor que chorreaba hasta el suelo, como si fueran gotas de sangre. Después de orar, se levantó y fue adonde estaban sus discípulos. Los encontró dormidos, pues estaban rendidos por la tristeza. Entonces les dijo: «¿Cómo es que estáis durmiendo? Levantaos y orad, para que podáis hacer frente a la tentación.”
Nos unimos a la oración de Jesús, queriendo acompañarle y acogiéndola en nuestra propia vida:
Padre, me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo.
Lo acepto todo, con tal de que tu plan
vaya adelante en toda la humanidad y en mí.
Ilumina mi vida con la luz de Jesús.
No vino a ser servido, sino a servir.
Que mi vida sea como la de él: servir.
Grano de trigo que muere en el surco del mundo.
Que sea así de verdad, Padre.
Te confío mi vida. Te la doy.
Condúceme. Envíame aquel Espíritu que movía a Jesús.
Me pongo en tus manos, enteramente, sin reservas,
con una confianza absoluta
porque tú eres… MI PADRE.
(CHARLES DE FOUCAULD)
Respondemos a cada invocación: Padre, me pongo en tus manos.
Padre, acoge nuestro deseo de descubrir y de cumplir tu voluntad, y concédenos el mismo Espíritu que movía a Jesús, para que podamos ser presencia suya en la entrega humilde de nuestra vida. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Aún estaba hablando cuando llegó Judas, uno de los doce, y con él un gran tropel de gente con espadas y palos, enviados por los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta señal: «Al que yo bese, ése es; prendedlo». Nada más llegar, se acercó a Jesús y le dijo: «¡Salve, Maestro!» Y lo besó. Jesús le dijo: «Amigo, haz lo que has venido a hacer». Entonces, se adelantaron, echaron mano a Jesús y lo prendieron. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
¡Qué fácil es, Señor, traicionarte con un beso!: mantener el exterior de una amistad, o de una vida bien considerada, y romper en el corazón con tu Espíritu. ¡Qué fácil es, Señor!: ceder ante los poderes y los valores de este mundo y entregar el alma ante un espejismo de felicidad; olvidar el amor, el trato íntimo contigo, el lavatorio de los pies…, como Judas. ¡Qué fácil es abandonarte y huir!: huir en las horas difíciles, asustarnos, como los discípulos, de los riesgos de un compromiso contigo. Señor: que no creamos que sólo Judas fue traidor. Concédenos la gracia de conocer nuestro corazón, para volver a ti siempre que caigamos.
Respondemos a cada invocación: Perdónanos, Señor.
Señor, tú eres misericordioso con nosotros; ilumina nuestro corazón, para sepamos reconocer cuándo nos apartamos de ti, y escuchemos tu llamada a la conversión; te lo pedimos a ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos. R/ Amén.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Condujeron a Jesús ante el sumo sacerdote y se reunieron todos los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley. Buscaban una acusación contra Jesús para darle muerte, pero no la encontraban, aunque muchos testimoniaban en falso contra él. Jesús callaba y no respondía nada. El sumo sacerdote siguió preguntándole: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?» Jesús Contestó: «Yo soy.» El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras y dijo: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?» Todos lo juzgaron reo de muerte.
Señor, ¡cuántas veces nos escandalizamos de ti, como el sumo sacerdote y los miembros del sanedrín!. No te reconocemos, porque siendo el Hijo de Dios has venido a nosotros pobre y humilde, porque los pecadores. Tú nos has hecho hijos de Dios y nosotros no te reconocemos en los hijos de Dios, nuestros hermanos. Tú, sin embargo, fuiste valiente para dar testimonio del Padre, para afirmar su amor misericordioso. Ayúdanos, Señor, a creer en ti y a reconocer tu presencia en los hermanos.
Dios Padre misericordioso, que nos entregaste a tu Hijo para que el mundo se salve por él, concédenos luz para reconocerle, amor para seguirle, humildad para servirle y fortaleza para dar testimonio de él.
3>IV ESTACIÓN: PEDRO NIEGA A JESÚS
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las criadas del sumo sacerdote. Al ver a Pedro calentándose junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo: «También tú andabas con Jesús, el de Nazaret.» Pedro lo negó diciendo: «No sé ni entiendo de qué hablas.» Salió afuera, al portal, y cantó un gallo. Lo vio de nuevo la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí: «Este es uno de ellos.» Pedro lo volvió a negar. Poco después también los presentes decían a Pedro: «No hay duda. Tú eres uno de ellos, pues eres galileo.» El comenzó entonces a echar imprecaciones y a jurar: «Yo no conozco a ese hombre del que me habláis.» En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro se acordó de lo que le había dicho Jesús: «Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres», y rompió a llorar.
Pedro niega a Jesús por tres veces. ¿Dónde quedan las promesas del “estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte”? Pero por mucho menos riesgo, o acaso sin ninguno importante, nosotros sentimos y actuamos como Pedro, en el temor o la vergüenza de parecer discípulos de Cristo. ¡De cuántas maneras silenciamos y negamos con nuestras obras nuestra condición de discípulos tuyos, Señor! Pero, Señor Jesús, tu mirada se fue tras la oveja perdida, y ese fue el despertar de Pedro: volvió a la autenticidad de su corazón, donde tú eras su Señor, y pudo reconocer su negación. Jesús, que no rehuyamos nunca tu mirada, la única que puede hacer brotar en nosotros un llanto sincero y purificador. Pedro fue iluminado por tu mirada, y entendió que tú le traías la vida en su muerte; sus lágrimas son la expresión de cómo tu pasión regenera el corazón.
R/ Oh Dios, crea en mí un corazón puro.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/
Oh Dios, crea en mi un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/
Devuélveme la alegría de la salvación;
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Después condujeron a Jesús desde la casa de Caifás hasta el palacio del gobernador. Pilato le interrogó: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, mis seguidores hubieran luchado para impedir que yo cayese en manos de los judíos. Pero no, mi reino no es de este mundo.» Pilato insistió: «Entonces, ¿eres rey?». Jesús le respondió: «Soy rey, como tú dices. Y mi misión consiste en dar testimonio de la verdad. Para eso nací y para eso vine al mundo. Todo el que pertenece a la verdad, escucha mi voz.»
Señor, abre nuestro corazón a la experiencia de tu reino; ayúdanos a escuchar tu voz, a ser incansables buscadores de la verdad. Nos engañan los reinos de este mundo, los ídolos a los que fácilmente servimos, y nuestros ojos se nublan y no saben distinguir qué es tu reino: reino de paz y justicia, de vida y verdad; reino de amor y de gracia; reino que habita en nosotros, por el don de tu Espíritu derramado en nuestros corazones; reino que ya ha comenzado y que no tendrá fin.
Respondemos a cada invocación: ¡Transfórmanos, Señor!
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Pilato, queriendo complacer a la gente, entregó a Jesús para que lo azotaran. Los soldados lo llevaron al interior del palacio, o sea, al pretorio, y llamaron a toda la tropa. Lo vistieron con un manto de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron. Le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, poniéndose de rodillas, le rendían homenaje.
No puedo, Señor, imaginarme, cómo en tu espalda se añaden azotes sobre azotes, llagas sobre llagas, heridas sobre heridas. De tal manera araron tu cuerpo, que, perdida la figura de quien eras, apenas parecías hombre. Ayúdanos a mirar por dentro tu fortaleza en el dolor, y a decir contigo:
Nunca podrás, dolor, acorralarme. Podrás alzar mis ojos hacia el llanto, secar mi lengua, amordazar mi canto, sajar mi corazón y desguazarme. Podrás entre tus rejas encerrarme, destruir los castillos que levanto, ungir todas mis horas con tu espanto. Pero nunca podrás acobardarme.
Puedo amar en el potro de tortura. Puedo reír cosido por tus lanzas. Puedo ver en la oscura noche oscura.
Llego, dolor, a donde tú no alcanzas. Yo decido mi sangre y su espesura. Yo soy el dueño de mis esperanzas.
(J. L. MARTÍN DESCALZO)
Respondemos: Señor, escucha y ten piedad.
Recuerda, Señor, que tú ternura y tu misericordia son eternas, y ya que quisiste abrazar nuestros dolores, consuela con tu Espíritu a todos los que padecen en el alma o en el cuerpo; Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos: R/ Amén.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Por la fiesta, solía el gobernador conceder al pueblo la libertad de un preso, el que ellos quisieran. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, se lo entregó para que fuera crucificado.
Los poderes religiosos interesados en la muerte de al pueblo, y lo convierten en una masa feroz que pide la crucifixión.
Pilato, que es para Israel la figura de la represión brutal, parece abrirse ante la inocencia de Jesús, pero luego este interés se apaga, y ante la situación, se convierte en la figura de la indiferencia, la conveniencia personal y el relativismo ante la verdad, que extingue toda justicia. Se lava las manos y entrega a Jesús. Jesús, el Mesías, se identifica así con los pequeños y los pobres, atrapados en las redes de los poderosos con intereses ocultos, víctimas de la injusticia y de la falta de rectitud, moralidad y responsabilidad.
Respondemos: Perdónanos, Señor:
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Cuando se lo llevaban para crucificarlo, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús.
Señor, sólo seremos capaces de abrazar nuestro cruz, si descubrimos que es tu cruz.
Amo, Señor, tus sendas, y me es suave la carga (la llevaron tus hombros) que en mis hombros pusiste; pero a veces encuentro que la jornada es larga, que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste, que el agua del camino es amarga…, es amarga, que se enfría este ardiente corazón que me diste; y una sombría y honda desolación me embarga, y siento el alma triste hasta la muerte triste…
El espíritu débil y la carne cobarde, lo mismo que el cansado labriego, por la tarde, de la dura fatiga quisiera reposar…
Mas entonces me miras…., y se llena de estrellas, Señor, la oscura noche; y detrás de tus huellas, con la cruz que llevaste, me es dulce caminar.
(LITURGIA DE LAS HORAS)
Danos, Señor, la sabiduría del corazón para afrontar las verdades de la vida, para abrazar la cruz con la esperanza puesta en ti, y para ayudarnos unos a otros, por amor, en las cargas de la vida. Te lo pedimos a ti, que vives y reinas por los siglos…
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lo seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?»
“Llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos“. Contemplamos, Señor, el llanto de las madres del mundo por sus hijos: hijos heridos, masacrados, mutilados; hijos hambrientos, hijos enfermos; mujeres e hijos maltratados. El llanto de un mundo que no quiere acoger la vía del amor. Pero, Señor, te miramos, y contemplamos en ti la esperanza: porque tú has abrazado nuestro dolor, has escuchado nuestro clamor, y has querido compartir hasta el final todo sufrimiento, toda cruz. Por eso, traemos ante ti nuestra plegaria, por todo el dolor del mundo.
Señor, traemos en la plegaria el dolor del mundo:
la angustia de las manos inútiles, el desespero de los incurables,
la noche de los deprimidos, la herida del desamor,
la soledad del anciano, el frío de los sin techo,
el peso de las conciencias la quiebra de las familias, la muerte de los amigos,
la ausencia de los que queremos.
(A. DE BUENAFUENTE)
Y suplicamos a María, diciendo: Dios te salve…
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Condujeron a Jesús hasta el Gólgota. Después lo crucificaron y se repartieron sus vestidos, echándolos a suertes, para ver qué se llevaba cada uno. Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron.
Te contemplamos, Señor, crucificado:
El dolor extendido por tu cuerpo,
sometida tu alma como un lago,
vas a morir y mueres por nosotros
ante el Padre que acepta perdonándonos.
Cristo, gracias aún, gracias,
que aún duele tu agonía en el mundo, en tus hermanos.
Que hay hambre, ese resumen de injusticias;
que hoy hombre en el que estás crucificado.
Gracias por tu palabra que está viva,
y aquí la van diciendo nuestros labios;
gracias porque eres Dios y hablad a Dios
de nuestras soledades, nuestros bandos.
Que no existan verdugos, que no insistan;
rezas hoy con nosotros que rezamos.
Porque existen las víctimas, el llanto.
(LITURGIA DE LAS HORAS)
Oh Dios, que, de una manera admirable, has manifestado tu sabiduría escondida, con el escándalo de la cruz concédenos contemplar con tal plenitud de fe la gloria de la pasión de tu Hijo, que siempre nos gloriemos confiadamente en la cruz de Jesucristo. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. R/Amén.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Pues sálvate a ti mismo y a nosotros.» Pero el otro intervino para reprenderle, diciendo: «¿Ni siquiera temes a Dios tú, que estás en el mismo suplicio? Lo nuestro es justo, pues estamos recibiendo lo que merecen nuestros actos, pero éste no ha hecho nada malo.» Y añadió: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey.» Jesús le dijo: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.»
Señor, también en la cruz siguió siendo verdad tu invitación: “Venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados”. Los hombres padecen muchas formas de cruz, y tú les dices:Venid a mí todos los excluidos, los últimos, los que no sois queridos, que sólo recibís golpes y olvidos. Venid a mí, los humillados, hambrientos de pan y de justicia, hambrientos de dignidad y de respeto. Venid a mí, todos los rechazados, perseguidos, gente sin voz, sin nombre, sin prestigio venid para entrar en mi Costado. Señor, ayúdanos a tratar como tú a los crucificados de la tierra.
Respondemos: Señor, escucha y ten piedad.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
De los cuatro evangelios:
En tu grito al Padre nos invitas a orar y nos dices: “Toma la esperanza, y vive en su luz”. Pidiendo el perdón para nosotros, nos enseñas: “Toma la bondad, y dásela a quien no sabe amar”. Con tu sed, nos guías: “Descubre una fuente, bebe y da de beber”.
Con la promesa del paraíso, nos invitas: “Toma un rayo de sol, y hazlo volar hasta allí donde reina la noche”.
Con la entrega de la madre al discípulo, nos llenas el corazón de ternura: “Toma una lágrima y ponla en el rostro de quien nunca ha llorado”.
Cuando todo está cumplido, nos animas: “Toma el valor y ponlo en el ánimo de quien no sabe luchar” Y entregas el Espíritu al Padre, y desde entonces nos dices: “Descubre el amor y dáselo a conocer al mundo”.
Acogiendo a Jesús en el corazón de su madre, pidiendo por todos los hombres y por toda la Iglesia, rezamos a María: Dios te salve…
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
E inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Como era el día de la preparación de la fiesta de la pascua, los judíos no querían que los cuerpos quedaran en la cruz aquel sábado; por eso pidieron a Pilato que ordenara romper las piernas a los crucificados y que los quitaran de la cruz. Los soldados rompieron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando se acercaron a Jesús, se dieron cuenta de que ya había muerto; por eso no le rompieron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y, al punto, brotó de su costado sangre y agua.
Ponemos en nuestra plegaria nuestras muertes de cada día, nuestras dificultades grandes o pequeñas, y las de todos los hombres. Decimos con confianza:
EL SEÑOR ES MI PASTOR, NADA ME FALTA.
El Señor es mi pastor, nada me falta;
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/
Me guía por el sendero justo por el honor de su nombre;
aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo,
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida
y habitaré en la casa del Señor por años sin término. R/
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Había un hombre llamado José, que era bueno y justo. Era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el reino de Dios. Este José se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido sepultado todavía.
María, con Cristo muerto en los brazos, comenzabas a ser nuestra madre, a cobijarnos en tu regazo, en todos los dolores de nuestra vida y nuestra muerte. Sin comprender, abrazabas tú, como Jesús, toda nuestra realidad hasta el final: nos abrazabas ya en tu Hijo, y por eso puedes rogar por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.
Respondemos: Señor, escucha nuestra oración.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea, lo iban observando todo de cerca y se fijaron en el sepulcro y en el modo en que habían colocado el cuerpo. Después volvieron y prepararon aromas y ungüento. Y el sábado descansaron, según el precepto.
María ha acompañado hasta el final la pasión de su Hijo. No puede imaginarse la resurrección, ni puede adivinar lo que ocurrirá en el futuro. Sólo tiene la fe, pero una fe que es más fuerte que la muerte; sólo tiene el amor, pero un amor que es más fuerte que la muerte. Recuerda cómo le ha sido dado ese Hijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra: por eso el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios”. María está desolada, y no comprende, pero cree en Dios. Por eso es la Madre de la Esperanza. Cuando ya todo ha acabado, ella es pura apertura a Dios. Acompañarla en su fe y en su amor, es recibir de ella la esperanza.
Permanezcamos junto a María, y llevemos a su corazón nuestras desesperanzas, tristezas y desolaciones, y las de toda la humanidad, para que gracias a ella nazca en nosotros la verdadera esperanza. Digámosle: Dios te salve, María…
Dios Padre de misericordia, en este Viernes Santo queremos acompañar en la oración la pasión de tu Hijo; haz que sepamos acompañarla también en la vida, junto a todos aquellos que padecen dolor; que sepamos abrazarla unidos a Cristo en nuestros momentos de cruz, y que alcancemos por Él la gloria de la resurrección. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo…
La celebración del vía Crucis nos invita a caminar detrás de Jesús, siguiendo sus huellas, las del Maestro y el Señor. Jesús se dio en la Eucaristía e instituyó el ministerio sacerdotal; nos entregó su signo de servicio, el lavatorio de los pies; nos invitó a ser servidores, a darnos a los demás. Para vivir de algún modo esta entrega, tenemos que aprender a colocarnos detrás de Jesús, a poner nuestros pies en sus huellas, a acompañarle de cerca, en la pasión que se cumple hoy en nuestro mundo, y sólo desde su Espíritu podremos vivir algo de ese dar la vida. En este Año Sacerdotal que celebra la Iglesia, ponemos en nuestra oración de modo especial a quienes han acogido la vocación al ministerio sacerdotal, para que vivan siempre de cerca este discipulado de Jesús, en su entrega, su servicio, su pasión y su pascua.
Mira, Señor de bondad, a tu familia santa, por la cual Jesucristo,
nuestro Señor, aceptó el tormento de la cruz, entregándose a sus propios enemigos. Por JC.NS.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús se arrodilló y estuvo orando así: «Padre, si quieres aleja de mí esta copa de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Entonces se le apareció un ángel del cielo, que lo estuvo confortando. Preso de la angustia, oraba más intensamente, y le entró un sudor que chorreaba hasta el suelo, como si fueran gotas de sangre. Después de orar, se levantó y fue adonde estaban sus discípulos. Los encontró dormidos, pues estaban rendidos por la tristeza.
Entonces les dijo: «¿Cómo es que estáis durmiendo? Levantaos y orad, para que podáis hacer frente a la tentación.”
Acogemos la experiencia de Jesús y nos unimos con esta oración:
Mi corazón está contigo, Padre, mi corazón está contigo.
En este momento, mis ojos miran a tus ojos;
mis manos estrechan tus manos,
mi voluntad busca tu voluntad.
Sólo tú eres Dios; sólo tú eres mi esperanza; sólo tú eres mi amor.
Arriesgaré mi vida por tu Nombre: en este momento, me decido por Ti.
Escucho tu Palabra que me dice: ¡No temas! ¡Ten valor! ¡Yo voy contigo!
Mi corazón está contigo, Padre, mi corazón está contigo.
Respondemos a cada invocación: Señor, ten piedad.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Aún estaba hablando cuando llegó Judas, uno de los doce, y con él un gran tropel de gente con espadas y palos, enviados por los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta señal: «Al que yo bese, ése es; prendedlo». Nada más llegar, se acercó a Jesús y le dijo: «¡Salve, Maestro!» Y lo besó. Jesús le dijo: «Amigo, haz lo que has venido a hacer». Entonces, se adelantaron, echaron mano a Jesús y lo prendieron. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
También nosotros traicionamos muchas veces a Jesús. Lo hacemos con las opciones que quedan fuera del interrogante sobre lo que Dios quiere para nosotros, para la comunidad, para los demás. Lo hacemos cuando fraccionamos la vida y elegimos caminos de triunfo humano, quizá, pero que no buscan el Reino de Dios. Lo hacemos en la inautenticidad de nuestros gestos de amor, de cariño; o cuando nuestros impulsos nos dominan y los ponemos como dioses. Por todo ello pedimos perdón al Señor.
Hermanos, acogiendo la invitación que Jesús nos hace de participar en su camino,
respondemos: Ten piedad de nosotros.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Condujeron a Jesús ante el sumo sacerdote y se reunieron todos los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley. Buscaban una acusación contra Jesús para darle muerte, pero no la encontraban, aunque muchos testimoniaban en falso contra él. Jesús callaba y no respondía nada. El sumo sacerdote siguió preguntándole: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?» Jesús contestó: «Yo soy.» El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras y dijo: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?» Todos lo juzgaron reo de muerte.
La presencia de Dios no puede ser encerrada en un templo ni su amor puede conquistarse con sacrificios. Por eso muchas veces acusamos a Jesús porque ha venido a nosotros pobre y humilde, porque no hace los milagros que queremos. Le acusamos porque no cumple nuestras santas leyes, porque prefiere a los pobres y se acerca a los pecadores; porque afirma que Dios es su Padre, y él es su Hijo, con una cercanía insospechada. Y Jesús sigue callando, sin defenderse. Y es fiel a la verdad de lo que él es, a la verdad de Dios.
Dios Padre misericordioso, que nos entregaste a tu Hijo para que el mundo se salve por él, concédenos luz para reconocerle, amor para seguirle, humildad para servirle y fortaleza par dar testimonio de él.
Así te lo pedimos con las mismas palabras que él nos enseñó: Padre nuestro…
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las criadas del sumo sacerdote. Al ver a Pedro calentándose junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo: «También tú andabas con Jesús, el de Nazaret.» Pedro lo negó diciendo: «No sé ni entiendo de qué hablas.» Salió afuera, al portal, y cantó un gallo. Lo vio de nuevo la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí: «Este es uno de ellos.» Pedro lo volvió a negar. Poco después también los presentes decían a Pedro: «No hay duda. Tú eres uno de ellos, pues eres galileo.» El comenzó entonces a echar imprecaciones y a jurar: «Yo no conozco a ese hombre del que me habláis.»
En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro se acordó de lo que le había dicho Jesús: «Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres», y rompió a llorar.
El Señor se volvió y miró a Pedro: «Hermano mío, estoy contigo; me quedo junto a ti hasta que camines de nuevo conmigo, hasta que vuelvas a ver la luz; mi bondad y ternura la pongo en tu dolor, en tu pecado, en tu angustia, para que seas libre; seamos misericordiosos, como el Padre es misericordioso.» Y Pedro, pecador y pobre, se siente juzgado, pero sobre todo amado. Ahora sí, con su corazón roto, podrá ser pastor.
Pedimos por el Papa, sucesor de Pedro, por los obispos y los presbíteros; por quienes se preparan al ministerio sacerdotal; y por todos los que comparten la misión pastoral de la Iglesia desde el sacerdocio bautismal. Pedimos por nosotros mismos en nuestras negaciones y cobardías. Después de cada estrofa, cantamos: Señor, escucha y ten piedad.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/
Oh Dios, crea en mi un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/
Devuélveme la alegría de la salvación;
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Después condujeron a Jesús desde la casa de Caifás hasta el palacio del gobernador. Pilato le interrogó: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, mis seguidores hubieran luchado para impedir que yo cayese en manos de los judíos.
Pero no, mi reino no es de este mundo.» Pilato insistió: «Entonces, ¿eres rey?». Jesús le respondió: «Soy rey, como tú dices. Y mi misión consiste en dar testimonio de la verdad. Para eso nací y para eso vine al mundo. Todo el que pertenece a la verdad, escucha mi voz.»
Los ídolos de los hombres, los poderes de este mundo, el dinero, las armas, los ejércitos, las obras de los hombres, no son más que apariencia de triunfo; hechura de manos humanas, no pueden salvar. Jesús es testigo de otra realidad, de otro mundo: aquél en el que Dios reina y ama, aquél en el que el hombre se deja amar y se deja salvar, aquél en el que resplandecen la verdad de Dios y la verdad del hombre. Jesús es testigo.
A cada invocación, respondemos: Ten misericordia de nosotros.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Pilato, queriendo complacer a la gente, entregó a Jesús para que lo azotaran. Los soldados lo llevaron al interior del palacio, o sea, al pretorio, y llamaron a toda la tropa. Lo vistieron con un manto de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron. Le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, poniéndose de rodillas, le rendían homenaje.
Nunca podrás, dolor, acorralarme.
Podrás alzar mis ojos hacia el llanto,
secar mi lengua, amordazar mi canto,
sajar mi corazón y desguazarme.
Podrás entre tus rejas encerrarme,
destruir los castillos que levanto,
ungir todas mis horas con tu espanto.
Pero nunca podrás acobardarme.
Puedo amar en el potro de tortura.
Puedo reír cosido por tus lanzas.
Puedo ver en la oscura noche oscura.
Llego, dolor, a donde tú no alcanzas.
Yo decido mi sangre y su espesura.
Yo soy el dueño de mis esperanzas.
(J.L. MARTÍN DESCALZO)
A cada petición, respondemos: Señor, escucha y ten piedad.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Por la fiesta, solía el gobernador conceder al pueblo la libertad de un preso, el que ellos quisieran. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, se lo entregó para que fuera crucificado.
Dios nuestro, Dios de nuestros padres,
Dios de nuestro Señor Jesucristo,
que nuestra oración llegue hasta ti: hemos pecado.
hemos condenado al inocente,
hemos actuado con violencia,
hemos cometido injusticias y oprimido al hermano,
hemos endurecido nuestro corazón,
te hemos desconocido y hemos pecado.
Necesitamos ser perdonados, por medio de Jesucristo, nuestro Señor.
Dios todopoderoso, mira la fragilidad de nuestra naturaleza, y levanta nuestra débil esperanza con la fuerza de la pasión de tu Hijo. Padre nuestro……
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Cuando se lo llevaban para crucificarlo, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús.
Amo, Señor, tus sendas, y me es suave la carga
(la llevaron tus hombros) que en mis hombros pusiste;
pero a veces encuentro que la jornada es larga,
que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste,
que el agua del camino es amarga…, es amarga,
que se enfría este ardiente corazón que me diste;
y una sombría y honda desolación me embarga,
y siento el alma triste hasta la muerte triste…
El espíritu débil y la carne cobarde,
lo mismo que el cansado labriego, por la tarde,
de la dura fatiga quisiera reposar…
Mas entonces me miras…., y se llena de estrellas,
Señor, la oscura noche; y detrás de tus huellas,
con la cruz que llevaste, me es dulce caminar.
(LITURGIA DE LAS HORAS)
A cada invocación, respondemos: Ayúdanos, Señor.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lo seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?»
Señor, traemos en la plegaria el dolor del mundo:
la angustia de las manos inútiles,
el desespero de los incurables,
la noche de los deprimidos,
la herida del desamor,
la soledad del anciano,
el frío de los sin techo,
el peso de las conciencias
la quiebra de las familias,
la muerte de los amigos,
la ausencia de los que queremos.
(A. DE BUENAFUENTE)
Te pedimos, Señor, que la experiencia del dolor sufrido y compartido produzca en nosotros frutos de conversión: que sepamos poner paz, amor, perdón, verdad, esperanza, alegría. Por Jesucristo nuestro Señor. —- Y suplicamos a María, diciendo: Dios te salve…
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Condujeron a Jesús hasta el Gólgota. Después lo crucificaron y se repartieron sus vestidos, echándolos a suertes, para ver qué se llevaba cada uno. Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron.
Tus manos, las que abrieron a los ciegos
los ojos, los oídos a los sordos;
las que a la hija de Jairo levantaron,
las que repartieron, en tu cena nupcial al despedirte,
tu pan que era tu cuerpo,
hoy son dos fuentes que manan sangre.
Y tus pies de pastor, los que el polvo vistió de los senderos,
los que la Magdalena con sus lágrimas
bañó para enjugar con sus cabellos,
los que escalaron el Tabor,
dan al suelo pedregoso a beber, suelo de siembra.
(cf. UNAMUNO)
Oh Dios, que, de una manera admirable, has manifestado tu sabiduría escondida, con el escándalo de la cruz concédenos contemplar con tal plenitud de fe la gloria de la pasión de tu Hijo, que siempre nos gloriemos confiadamente en la cruz de Jesucristo. Que vive y reina contigo. Padre nuestro…
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Pues sálvate a ti mismo y a nosotros.» Pero el otro intervino para reprenderle, diciendo: «¿Ni siquiera temes a Dios tú, que estás en el mismo suplicio? Lo nuestro es justo, pues estamos recibiendo lo que merecen nuestros actos, pero éste no ha hecho nada malo.» Y añadió: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey.» Jesús le dijo: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.»
Cuando parezca que mi existencia va a desvanecerse en las sombras,
que sólo el absurdo es realidad,
y que la desesperanza es la más lúcida respuesta,
sostén Tú, Señor, las raíces de mi ser en peligro
y no permitas que se agoste en mí corazón la flor de la paciencia:
que siga exhalando el amor de las esperanzas
incluso contra toda evidencia.
Muchos pobres y crucificados ya nada esperan.
O quizás esperan sin saberlo.
Hazme a mí en tu Iglesia signo de esperanza,
luz entre los últimos y desheredados de la tierra.
A cada petición, respondemos: Señor, ten piedad.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
De los cuatro evangelios:
En palabras humanas viniste a mí, porque tú, Dios infinito, eres el Dios de nuestro Señor Jesucristo. El nos habló en palabras humanas, porque una palabra así yo la podría entender. Dame, Dios infinito, que siempre me quede junto a Jesucristo, mi Señor. Que su corazón me revele cómo eres tú conmigo. Qué mire yo su corazón cuando desee saber quién eres tú. Así, quiero mirar en su corazón de hombre; solamente entonces sé que tú me amas.
(Rahner)
Acogemos a Jesús en el corazón de su madre, pidiendo por todos los hombres y por toda la Iglesia: Dios te salve…
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
E inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Como era el día de la preparación de la fiesta de la pascua, los judíos no querían que los cuerpos quedaran en la cruz aquel sábado; por eso pidieron a Pilato que ordenara romper las piernas a los crucificados y que los quitaran de la cruz. Los soldados rompieron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.
Cuando se acercaron a Jesús, se dieron cuenta de que ya había muerto; por eso no le rompieron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y, al punto, brotó de su costado sangre y agua.
Tú eres el Centro y lo llenas todo.
Creemos en ti, Señor Crucificado.
Tu lado abierto en la cruz al golpe de la lanza
ha abierto de par en par el corazón del Padre.
Una Iglesia ha nacido de tu pecho roto
y lleva en sus venas el vino de tu sangre derramada.
Tu espíritu de vida camina con nosotros.
Creemos en ti, Señor Crucificado.
(E. MAZARIEGOS)
Padre misericordioso, ponemos en tus manos a todos los que mueren por causa de la enfermedad, la violencia, el hambre y la miseria. Te confiamos a aquellos de los que nadie se acuerda y por los que nadie reza. Acoge en tu misericordia, Señor, a cuantos han dejado este mundo. Padre nuestro ……
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Había un hombre llamado José, que era bueno y justo. Era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el reino de Dios. Este José se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
Después de bajarlo, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido sepultado todavía.
Nuestra tierra, escenario del odio,
se convierte en la semilla de tu reino.
En sus surcos trabajas tú.
La muerte ya no es el fin
porque en ella has puesto tú
la semilla de un nuevo comienzo.
A cada petición respondemos: Señor, escucha y ten piedad.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto hubo un gran temblor. El ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, rodó la piedra del sepulcro y se sentó en ella. Su aspecto era como el del relámpago y su vestido blanco como la nieve. Al verlo, los guardias se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. Pero el ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: «Vosotras no temáis; sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, ha resucitado como dijo. Venid a ver el sitio donde yacía. Id en seguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis.»
Y entonces vio la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.
Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.
Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-Luz tras tanta noche oscura.
(J.L. MARTÍN DESCALZO)
Que el silencio de la espera, hasta llegar a la celebración de la resurrección de Jesucristo, sea una plegaria continua en nuestro corazón, pidiendo para la humanidad la participación en la vida de Cristo.
Dios Padre de misericordia, que por la pasión de tu Hijo nos has dado ejemplo de amor, haz que por él aprendamos a vivir auténticamente la entrega a ti y a todos los hombres, nuestros hermanos. Por JC.NS.
Después de haber celebrado ayer la Cena del Señor, nos reunimos esta mañana para acompañarle en el camino que lo lleva al Calvario. Nos encontraremos a las personas que lo han seguido hasta al final -su Madre, el Discípulo amado, las mujeres que lo siguieron- y cuantos trataron de consolarlo y de aliviar su dolor. También encontraremos a los que decidieron su muerte y que él perdonó. Pidámosle que infunda en nuestro corazón sus sentimientos para que nosotros podamos «conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección”. Pidámosle que este acompañamiento nos haga sentirnos unidos a los mártires de hoy, a los que siguen sus pasos dando testimonio hasta sufrir persecución o derramar su sangre. Y pidámosle sobre todo que nos conceda reconocerle en los que hoy recorren el camino del Calvario, quizá a nuestro lado, en nuestra propia familia, en nuestro entorno o aquellos con quienes nos cruzamos y a veces miramos con indiferencia. Que el salir a la calle nos ayude a identificar a Jesús en nuestra vida, entre nuestras casas, y a acompañarle ahí como los que permanecen con él hasta el final.
Jesús, víctima inocente del pecado, acógenos como compañeros de tu camino pascual, que lleva de la muerte a la vida, y enséñanos a vivir el tiempo que estemos en la tierra arraigados en la fe en ti, que nos has amado y te has entregado por nosotros. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. R /. Amén.
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Jesús se arrodilló y estuvo orando así: «Padre, si quieres aleja de mí esta copa de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Entonces se le apareció un ángel del cielo, que lo estuvo confortando. Preso de la angustia, oraba más intensamente, y le entró un sudor que chorreaba hasta el suelo, como si fueran gotas de sangre. Después de orar, se levantó y fue adonde estaban sus discípulos. Los encontró dormidos, pues estaban rendidos por la tristeza. Entonces les dijo: «¿Cómo es que estáis durmiendo? Levantaos y orad, para que podáis hacer frente a la tentación.”
Cuando la noche desciende sobre Jerusalén, Jesús ora en el huerto de los olivos. Tiene que afrontar una muerte violenta; asume el sufrimiento de la humanidad, pesa sobre él el pecado del mundo. Su angustia es «agonía», lucha. Jesús lanza un grito hacia lo alto, hacia aquel Padre que parece misterioso y mudo: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz». En él nos descubrimos también a nosotros mismos, cuando atravesamos el dolor y la soledad de los amigos. E identificamos los rostros de muchos hombres y mujeres, bañados en lágrimas y desolación. En esa hora amarga Jesús ora al Padre diciendo: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Sólo entonces aparece el ángel de la consolación, la gracia de la fortaleza y de la paz. Sigámosle nosotros en esta oración: “Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Te confío mi vida. Te la doy.”
Presidente: Oremos respondiendo a cada invocación: PADRE, ME PONGO EN TUS MANOS.
Padre, acoge nuestro deseo de descubrir y cumplir tu voluntad, y concédenos el Espíritu que movía a Jesús, para que podamos ser presencia suya en la entrega humilde de nuestra vida. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Aún estaba hablando cuando llegó Judas, uno de los doce, y con él un gran tropel de gente con espadas y palos, enviados por los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta señal: «Al que yo bese, ése es; prendedlo». Nada más llegar, se acercó a Jesús y le dijo: «¡Salve, Maestro!» Y lo besó. Jesús le dijo: «Amigo, haz lo que has venido a hacer». Entonces, se adelantaron, echaron mano a Jesús y lo prendieron. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Esa traición y ese beso, a lo largo de los siglos, se han transformado en el símbolo de todas las infidelidades, de todos los engaños. Cristo afronta la traición, que engendra abandono y aislamiento: “todos los discípulos lo abandonaron y huyeron”. Es consciente de que el mal envuelve la historia humana con su sudario de prepotencia, de agresión, de brutalidad. Pero él seguirá esperando y amando, como había enseñado: «amad a nuestros enemigos y orad por los que os persiguen». Pidamos al Señor perdón por nuestras traiciones, y seamos conscientes de cuántos quedan presos y abandonados cada vez que se impone el mal.
Presidente: Oremos, respondiendo a cada invocación: PERDÓNANOS, SEÑOR.
Señor, tú eres misericordioso; ilumina nuestro corazón, para sepamos reconocer cuándo nos apartamos de ti, y escuchemos tu llamada a la conversión; te lo pedimos a ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos. R/Amén.
Señor ten piedad de tu pueblo, Señor ten piedad
Señor, ten piedad de tu pueblo, Señor ten piedad.
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Condujeron a Jesús ante el sumo sacerdote y se reunieron todos los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley. Buscaban una acusación contra Jesús para darle muerte, pero no la encontraban, aunque muchos testimoniaban en falso contra él. Jesús callaba y no respondía nada. El sumo sacerdote siguió preguntándole: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?» Jesús contestó: «Yo soy.» El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras y dijo: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?» Todos lo juzgaron reo de muerte.
Los 71 miembros del Sanedrín, la máxima institución judía, están reunidos en torno a Jesús e inician un juicio religioso. Jesús sabe que se cierne sobre él la incomprensión, la sospecha, el equívoco y la hostilidad. En este momento de fracaso, Jesús no duda en proclamar el misterio que hay en él, revela su identidad cuando ésta ya no se puede confundir con ningún poder de este mundo. Nosotros, los cristianos, confesamos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Pero él nos recuerda el valor del testimonio de fe en los momentos adversos, frente a la tentación de escondernos y de negar la verdad. Para dar testimonio, la verdad tiene que estar arraigada primero en nosotros mismos, no como poseedores de ella, sino humildemente conducidos por ella. Pidamos al Señor que nos fortalezca en la fe y nos ilumine para dar testimonio de él.
Oremos: Dios Padre misericordioso, que nos entregaste a tu Hijo para que el mundo se salve por él, concédenos luz para reconocerle, amor para seguirle, humildad para servirle y fortaleza par dar testimonio de él.
Espera en el Señor, él te cobija
sé valiente, sé valiente.
Espera en el Señor, él te conduce
te conduce y te cobija.
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Pedro le iba siguiendo de lejos. Habían encendido una hoguera en medio del patio y estaban sentados alrededor; Pedro se sentó entre ellos. Una criada, al verle sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y dijo: «Este también estaba con él». Pero él lo negó: «¡Mujer, no le conozco!». Poco después, otro, viéndole, dijo:
«Tú también eres uno de ellos». Pedro dijo: «¡Hombre, no lo soy!». Pasada como una hora, otro aseguraba: «Cierto que este también estaba con él, pues es galileo». Le dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: «Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces». Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.
Pedro, pocas horas antes, había proclamado: «Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré». Pero ahora revela su fragilidad; el miedo y el egoísmo se apoderan de él. Y, sin embargo, la negación no es lo definitivo. El canto del gallo y el recuerdo de las palabras de Jesús desgarran su conciencia. En aquel mismo momento, Jesús es sacado de la sala del juicio, y mira a Pedro: es la mirada del Señor, cuyos ojos conocen el secreto íntimo del alma y miran con amor. Y de los ojos del apóstol resbalan las lágrimas del arrepentimiento. También nosotros realizamos traiciones, protegiéndonos tras justificaciones mezquinas, dejándonos arrastrar por temores viles. Pero también nosotros tenemos abierto el camino del encuentro con la mirada de Cristo.
Oremos respondiendo: OH DIOS, CREA EN MÍ UN CORAZÓN PURO.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R/
Oh Dios, crea en mi un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. R/
Devuélveme la alegría de la salvación;
afiánzame con espíritu generoso. Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Los jefes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron a la gente para que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador volvió a preguntarles: “¿A quién de los dos queréis que os suelte?” Respondieron ellos: “A Barrabás”. Pilato preguntó de nuevo: “¿Y qué hago entonces con Jesús, llamado el Mesías?” Respondieron todos: “¡Crucifícalo!” Viendo Pilato que no conseguía nada, sino que el alboroto iba en aumento, tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: “No me hago responsable de esta muerte; allá vosotros”.
Los poderes religiosos interesados en la muerte de Jesús manipulan al pueblo, y lo convierten en una masa feroz que pide la crucifixión. Pilato, que es para Israel la figura de la represión brutal, parece abrirse ante la inocencia de Jesús, pero luego este interés se apaga, y ante la situación, se convierte en la figura de la indiferencia, la conveniencia personal y el relativismo ante la verdad, que extingue toda justicia. Se lava las manos y entrega a Jesús. Jesús, el Mesías, se identifica así con los pequeños y los pobres, atrapados en las redes de los poderosos con intereses ocultos, víctimas de la injusticia y de la falta de rectitud, moralidad y responsabilidad.
Oremos respondiendo a cada invocación: ¡TRANSFORMANOS, SEÑOR!
NO ADORÉIS A NADIE, A NADIE MÁS QUE A ÉL (2)
no adoréis a nadie, a nadie más (2)
no adoréis a nadie, a nadie más que a él. Porque sólo él os puede sostener ….
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Pilato, queriendo complacer a la gente, entregó a Jesús para que lo azotaran. Los soldados lo llevaron al interior del palacio, o sea, al pretorio, y llamaron a toda la tropa. Lo vistieron con un manto de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron. Le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, poniéndose de rodillas, le rendían homenaje.
Jesús sufre la tortura que tantas veces se ha perpetrado en la oscuridad de las celdas: prisioneros, secuestrados, condenados a muerte, maltratados. Su carne es desgarrada, y su dignidad personal es ultrajada. Es la figura del Siervo de Yahvé que anunciaba el profeta Isaías: su espalda surcada por azotes, su rostro lleno de salivazos. En él se condensan los suspiros de dolor de todos los hombres, se identifica con los últimos entre los últimos. Pero, aún sufriendo las burlas, él es el Dios de la gloria: recoge todo el dolor, y también recoge todo el amor de quienes se acercan a esos lugares con misericordia: los que visitan las cárceles, los que curan las heridas, los que acompañan enfermos, los que claman por los condenados, los que se acercan a las víctimas.
Oremos respondiendo: SEÑOR, ESCUCHA Y TEN PIEDAD.
Recuerda, Señor, que tú ternura y tu misericordia son eternas, y ya que quisiste abrazar nuestros dolores, consuela con tu Espíritu a todos los que padecen en el alma o en el cuerpo; Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos: R/ Amén.
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacaron fuera para crucificarle.
Comienza el recorrido hacia el lugar de la crucifixión, fuera de las murallas de la ciudad santa de Jerusalén. Jesús avanza cargado con el peso de la cruz, con el cuerpo herido y debilitado. En su carga y sus caídas abraza a todos los hombres extenuados por el sufrimiento: los hambrientos, los mendigos, los desterrados, los niños de la calle, las pobrezas ocultas a una sociedad dormida. Camina cargado con la cruz por las calles donde se desarrolla la vida diaria: los negocios, los mercados, los trabajos…, y se convierte en el espectáculo de la marginación, de la exclusión. Es la “vía dolorosa”, recorrida por él después de haber llamado a los suyos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”.
Oremos respondiendo: SEÑOR, VEN EN NUESTRO AUXILIO.
Ven, Señor, en nuestro auxilio; comparte nuestro camino y seremos salvados. Porque tú eres bueno, amigo de los hombres, y has recorrido los caminos del dolor. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. R/ Amén.
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Cuando se lo llevaban para crucificarlo, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús.
Simón pasaba por allí de casualidad, y los soldados le obligan a llevar la cruz de un Jesús exhausto. Es el misterio del encuentro con Dios, que cambia repentinamente tantas vidas. El Cirineo se convierte en un símbolo de todos los actos de solidaridad en favor de los que sufren, de los oprimidos y de los cansados. El Cireneo representa a la inmensa multitud de personas generosas, de samaritanos que no «dan un rodeo», sino que socorren a los desdichados, cargándolos sobre sí para sostenerlos. Sobre la cabeza y sobre los hombros de Simón, inclinados bajo el peso de la cruz, resuenan las palabras de san Pablo: «Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo».
Oremos respondiendo: SEÑOR, ENSÉÑANOS A AMAR.
Danos, Señor, la sabiduría del corazón para abrazar la cruz con la esperanza puesta en ti, y para ayudarnos unos a otros, por amor, en las cargas de la vida. Tú, que vives y reinas por los siglos…
DANOS UN CORAZÓN GRANDE PARA AMAR, DANOS UN CORAZÓN GRANDE PARA LUCHAR
Hombres nuevos, creadores de la historia,
constructores de nueva humanidad;
hombres nuevos que viven la existencia
como riesgo de un largo caminar.
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Lo seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?»
En torno a Jesús se encuentran numerosas mujeres. Podemos poner entre ellas a todas las mujeres humilladas y violentadas, las sometidas a malos tratos, las mujeres solas ante su maternidad, las madres judías y palestinas, y las de todas las tierras en guerra, las viudas y las ancianas olvidadas por sus hijos… Muchas mujeres también testimonian, ante un mundo cruel, el don de la ternura y de la conmoción, como hicieron por Jesús en ese momento. La mirada de Jesús se conmueve ante el dolor que cae sobre esas mujeres a causa del mal del mundo. Pero sus estremecedoras palabras no indican desesperación, porque su voz es la voz de los profetas, una voz que no engendra agonía y muerte, sino conversión y vida: «Buscad al Señor y viviréis…”
Oremos: Te pedimos, Señor, que la experiencia del dolor en el mundo produzca en nosotros frutos de conversión: que sepamos poner paz, amor, perdón, verdad, esperanza, alegría. Por Jesucristo nuestro Señor. —- Y suplicamos a María, diciendo: Dios te salve…
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Se repartieron sus vestidos, echando a suertes. Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido».
Comienzan las últimas horas de la vida terrena de Cristo, marcadas por el desgarramiento de su carne, la desolación, y la entrega confiada. Bajo la cruz está un pueblo que mira el espectáculo, que le cree castigado por Dios. Sin embargo, es cierto que él es el Cristo de Dios, el Elegido. Y nos lo rebela en el perdón: él nos mira desde lo alto de la cruz, y nos mira con los ojos de Dios: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Contemplemos sus heridas y su amor, porque nos curan; escuchemos sus palabras de perdón, y tratemos de mirar la violencia y la incomprensión humanas como él las mira, porque realmente no sabemos lo que hacemos.
Oremos: Oh Dios, que, de una manera admirable, has manifestado tu sabiduría escondida, con el escándalo de la cruz concédenos contemplar con tal fe la gloria de la pasión de tu Hijo, que siempre nos gloriemos confiadamente en la cruz de Jesucristo. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. R/ Amén.
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Pues sálvate a ti mismo y a nosotros.» Pero el otro intervino para reprenderle, diciendo: «¿Ni siquiera temes a Dios tú, que estás en el mismo suplicio? Lo nuestro es justo, pues estamos recibiendo lo que merecen nuestros actos, pero éste no ha hecho nada malo.» Y añadió: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey.» Jesús le dijo: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.»
En el mismo camino de dolor, nos encontramos ante el misterio de la libertad humana para abrirse o no a la acción de Dios. Jesús, extenuado, realiza aún un último gesto de amor para responder al crucificado que está a su lado y le invoca como salvador. La plegaria del “buen ladrón” es una petición confiada: “«Acuérdate de mí». es decir: «Tómame a tu cargo, no me abandones, llévame contigo». Jesús le promete el paraíso: le promete llevarle a la plenitud de la vida, la intimidad del abrazo con Dios. Es el último don que Cristo nos hace, precisamente a través del sacrificio de su muerte.
Oremos, respondiendo: ACUÉRDATE DE NOSOTROS, SEÑOR.
Bonum est confidere in Domino
Bonum sperare in Domino
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su
casa.
María, la Madre, ve que su Hijo, el Hijo bueno y querido, acaba así, en una cruz. Su tristeza es tan profunda, que hubiera podido llevarla a la desesperación, si no fuera porque ella está anclada profundamente en el espíritu de su Hijo: es un sufrimiento compartido con el Señor. Y ambos reciben la fuerza de Dios. María también perdona de corazón a los verdugos de su Hijo, y así nada la separa de él. Pero es el momento del desprendimiento total. También para el discípulo es la pérdida del Maestro. Jesús lo sabe, y es capaz de transformar para su Madre y para Juan es final en un nuevo comienzo. María vuelve a ser madre y sus hijos serán todos los “discípulos amados”; se convierte en Madre de la Iglesia. Y desde entonces, Juan y todos los discípulos podemos recibirla en nuestra casa, y esperar con ella el Espíritu.
Oramos acogiendo a Jesús en el corazón de su madre, pidiendo por todos los hombres y por toda la Iglesia: Dios te salve…
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. El velo del Templo se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos entrego mi espíritu» y, dicho esto, expiró. Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: «Ciertamente este hombre era justo».
Así es como Cristo «se asemeja en todo a sus hermanos», se hace plenamente uno de nosotros. En Cristo que muere se revela el Dios apasionado, enamorado de sus criaturas hasta el punto de encerrarse libremente en su frontera de dolor y de muerte. En aquel momento todos los sufrimientos y las muertes son atravesadas por la divinidad; en ellas queda depositada una semilla de vida inmortal. La muerte se transforma y se convierte en la puerta de encuentro con el rostro del Padre celestial. Por eso Jesús, en aquella hora extrema, reza con ternura: «Padre, en tus manos entrego mi espíritu».
Presidente: Oremos, hermanos, poniendo en nuestra plegaria nuestras muertes de cada día, nuestras dificultades grandes o pequeñas, y las de todos los hombres. Decimos con confianza: Padre nuestro….
In manus tuas Pater, commendo spiritum meum.
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Había un hombre llamado José, que era bueno y justo. Era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el reino de Dios. Este José se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido sepultado todavía. Era el día de la Preparación, y ya brillaban las luces del sábado.
El cuerpo crucificado de Jesús se desliza lentamente de las manos compasivas de José de Arimatea hasta el sepulcro excavado en la roca. Seguirán horas de silencio. Y, sin embargo, en aquel crepúsculo del Viernes Santo, ya se produce un estremecimiento. El evangelista san Lucas nota que «ya brillaban las luces del sábado» en las ventanas de las casas de Jerusalén. Es la espera de un alba distinta, un alba que dentro de pocas horas, pasado el sábado, despuntará ante los ojos de los discípulos de Cristo.
Oremos: Señor Jesús, tú que te has dignado compartir la suerte de los hombres hasta el final, ten compasión de todos los que han muerto, condúcelos hasta la presencia de Dios y dales la vida eterna; Tú que vives y reinas…
– Presidente: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
– Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo..
Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea, lo iban observando todo de cerca y se fijaron en el sepulcro y en el modo en que habían colocado el cuerpo. Después volvieron y prepararon aromas y ungüento. Y el sábado descansaron, según el precepto.
María ha acompañado hasta el final la pasión de su Hijo. No puede imaginarse la resurrección, ni puede adivinar lo que ocurrirá en el futuro. Sólo tiene la fe, pero una fe que es más fuerte que la muerte; sólo tiene el amor, pero un amor que es más fuerte que la muerte. Recuerda cómo le ha sido dado ese Hijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra: por eso el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios”. María está desolada, y no comprende, pero cree en Dios. Por eso es la Madre de la Esperanza. Cuando ya todo ha acabado, ella es pura apertura a Dios. Acompañarla en su fe y en su amor, es recibir de ella la esperanza.
Presidente: Permanezcamos junto a María, y llevemos a su corazón nuestras desesperanzas, tristezas y desolaciones, y las de toda la humanidad, para que gracias a ella nazca en nosotros la verdadera esperanza. Digámosle: Dios te salve, María…
Oremos: Dios Padre de misericordia, en este Viernes Santo queremos acompañar en la oración la pasión de tu Hijo; haz que sepamos acompañarla también en la vida, junto a todos aquellos que padecen dolor; que sepamos abrazarla unidos a Cristo en nuestros momentos de cruz, y que alcancemos por Él la gloria de la resurrección. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo.