Celebremos unidos a la Virgen María,
porque estábamos ciegos y nos dio a luz el día,
porque estábamos tristes y nos dio la alegría.
Mujer tan silenciosa y encumbrada, ahora más que el sol,
tú nutres con la leche de tu pecho
al que es tu Creador.
Lo que Eva en una tarde misteriosa, buscando nos perdió,
tu, Madre, lo devuelves florecido
en fruto salvador.
Tú que eres blanca puerta del Rey sumo, morada de la luz,
la puerta nos abriste de los cielos
al darnos a Jesús.
Ant. 1. Todo es hermoso en ti, Virgen María, ni siquiera tienes la mancha del pecado original.
Salmo 121 (cantado)
¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor!»
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor.
Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia
en el palacio de David.
Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»
Por mis hermanos y compañeros
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.
Ant. 1. Todo es hermoso en ti, Virgen María, ni siquiera tienes la mancha del pecado original.
Ant. 2. (cantada) Tú eres la gloria de Jerusalén; tú, la alegría de Israel; tú, el orgullo de nuestra raza.
Salmo 126 (a dos coros, semitonado)
Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.
Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!
La herencia que da el Señor son los hijos;
su salario, el fruto del vientre;
son saetas en mano de un guerrero
los hijos de la juventud.
Dichoso el hombre que llena
con ellas su aljaba:
no quedará derrotado cuando litigue
con su adversario en la plaza.
Ant. 2. (cantada) Tú eres la gloria de Jerusalén; tú, la alegría de Israel; tú, el orgullo de nuestra raza.
Ant. 3. (cantada) Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.
Cántico (proclamado por una sola persona) Ef. 1, 3-10
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya, a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.
Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.
Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas,
del cielo y de la tierra.
Ant. 3. (cantada) Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.
Rm 5, 20b-21
Si creció el pecado, más abundante fue la gracia. Y así como reinó el pecado, causando la muerte, así también, por Jesucristo, nuestro Señor, reinará la gracia, causando una justificación que conduce a la vida.
(cantado)
En Dios pongo mi esperanza / y confío en su palabra. (bis)
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.
Su nombre es Santo
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo,
dispersa a los soberbios de corazón.
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes.
A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel su siervo,
acordándose de la misericordia
como lo había prometido a nuestros padres
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Oh Dios, que por la concepción Inmaculada de la Virgen María preparaste a tu Hijo una digna morada, y en previsión de la muerte de tu Hijo, la preservaste de todo pecado, concédenos, por su intercesión, llegar a ti limpios de todas nuestras culpas. Por nuestro Señor Jesucristo.
Hoy te quiero cantar, hoy te quiero rezar
Madre mía del cielo. Si en mi alma hay dolor
busco apoyo en tu amor y hallo en ti mi consuelo.
Hoy te quiero cantar, hoy te quiero rezar,
Mi plegaria es canción.
Hoy te quiero ofrecer lo más bello y mejor
Que hay en mi corazón (2)
Porque tienes a Dios, porque tienes a Dios,
Madre todo lo puedes. Soy tu hijo también,
soy tu hijo también, y por eso me quieres.
Dios te quiso elegir, Dios te quiso elegir,
como puente y camino, que une al hombre con Dios
que une al hombre con Dios, en abrazo divino.
Ant. (cantada) Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.
Cántico Ef. 1, 3-10
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya, a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.
Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.
Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas,
del cielo y de la tierra.
Ant. (cantada) Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.
Rm 5, 20b-21
Si creció el pecado, más abundante fue la gracia. Y así como reinó el pecado, causando la muerte, así también, por Jesucristo, nuestro Señor, reinará la gracia, causando una justificación que conduce a la vida.
En Dios pongo mi esperanza / y confío en su palabra. (bis)
El don más hermoso que ofrecemos a María, el que más le agrada, es nuestra oración, la que llevamos en el corazón y que encomendamos a su intercesión. Son invocaciones de agradecimiento y de súplica: agradecimiento por el don de la fe y por todo el bien que diariamente recibimos de Dios; y súplica por las diferentes necesidades, por la familia, la
salud, el trabajo, por todas las dificultades que la vida nos lleva a encontrar.
Pero en esta fiesta del 8 de diciembre, es mucho más importante lo que recibimos de María, respecto a lo que le ofrecemos. Ella, en efecto, nos da un mensaje destinado a cada uno de nosotros y a todo el mundo. Y ¿qué nos dice María? Nos habla con la Palabra de Dios, que se hizo carne en su seno.
Su «mensaje» no es otro sino Jesús, él que es toda su vida. Gracias a él y por él, ella es la Inmaculada. Y como el Hijo de Dios se hizo hombre por nosotros, también ella, su Madre, fue preservada del pecado por nosotros, por todos, como anticipación de la salvación de Dios para cada hombre. Así María nos dice que todos estamos llamados a abrirnos a la acción del Espíritu Santo para poder llegar a ser, en nuestro destino final, inmaculados, plena y definitivamente libres del mal. Nos lo dice con su misma santidad, con una mirada llena de esperanza y de compasión, que evoca palabras como éstas: «No temas, hijo, Dios te quiere; te ama personalmente; pensó en ti antes de que vinieras al mundo y te llamó a la existencia para colmarte de amor y de vida; y por esto ha salido a tu encuentro, se ha hecho como tú, ha llegado a ser Jesús, Dios-hombre, semejante en todo a ti, pero sin el pecado; se ha entregado por ti, hasta morir en la cruz, y así te ha dado una vida nueva, libre, santa e inmaculada» (cf. Ef 1, 3-5).
María nos da este mensaje, dirigido todos los hombres y las mujeres, también a quien no piensa en ello, a quien hoy ni siquiera recuerda que es la fiesta de la Inmaculada; a quien se siente solo y abandonado. La mirada de María es la mirada de Dios dirigida a cada uno de nosotros. Ella nos mira con el amor mismo del Padre y nos bendice. Se comporta como nuestra «abogada» y así la invocamos en la Salve, Regina: «Advocata nostra».
Aunque todos hablaran mal de nosotros, ella, la Madre, hablaría bien, porque su corazón inmaculado está sintonizado con la misericordia de Dios. Ella ve así la ciudad: no como un aglomerado anónimo, sino como una constelación donde Dios conoce a todos personalmente por su nombre, uno a uno, y nos llama a resplandecer con su luz. Y los que, a los ojos del mundo, son los primeros, para Dios son los últimos; los que son pequeños, para Dios son grandes. La Madre nos mira como Dios la miró a ella, joven humilde de Nazaret, insignificante a los ojos del mundo, pero elegida y preciosa para Dios. Reconoce en cada uno la semejanza con su Hijo Jesús, aunque nosotros seamos tan diferentes. ¿Quién conoce mejor que ella el poder de la Gracia divina? ¿Quién sabe mejor que ella que nada es imposible a Dios, capaz incluso de sacar el bien del mal?
Queridos hermanos y hermanas, este es el mensaje que recibimos aquí, a los pies de María Inmaculada. Es un mensaje de confianza para cada persona. Un mensaje de esperanza que no está compuesto de palabras, sino de su misma historia: ella, una mujer de nuestro linaje, que dio a luz al Hijo de Dios y compartió toda su existencia con él. Y hoy nos dice: este es también tu destino, el destino de todos: ser santos como nuestro Padre, ser inmaculados como nuestro hermano Jesucristo, ser hijos amados, todos adoptados para formar una gran familia, sin fronteras de nacionalidad, de color, de lengua, porque existe un solo Dios, Padre de todo hombre.
¡Gracias, oh Madre Inmaculada, por estar siempre con nosotros! Vela siempre sobre nuestra ciudad: conforta a los enfermos, alienta a los jóvenes, sostén a las familias. Infunde la fuerza para rechazar el mal, en todas sus formas, y elegir el bien, incluso cuando cuesta e implica ir contracorriente.
Danos la alegría de sentirnos amados por Dios, bendecidos por él, predestinados a ser sus hijos.
Virgen Inmaculada, Madre nuestra dulcísima, ¡ruega por nosotros!
R/ Señor, escúchanos. Señor, óyenos.
Llena de gracia» eres tú, María, que al acoger con tu «sí»
los proyectos del Creador, nos abriste el camino de la salvación.
Enséñanos a pronunciar también nosotros, siguiendo tu ejemplo,
nuestro «sí» a la voluntad del Señor.
Un «sí» que se une a tu «sí» sin reservas y sin sombras,
que el Padre quiso necesitar para engendrar al Hombre nuevo,
Cristo, único Salvador del mundo y de la historia.
Acercándonos cada uno a María, en silencio, con algún canto o música oracional de fondo.
Oh Dios, que por la concepción Inmaculada de la Virgen María preparaste a tu Hijo una digna morada, y en previsión de la muerte de tu Hijo, la preservaste de todo pecado, concédenos, por su intercesión, llegar a ti limpios de todas nuestras culpas. Por nuestro Señor Jesucristo.
Salve, Regina