Secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia
Desde los inicios de la historia del cristianismo la Iglesia toma conciencia de que la Pascua es el centro de su vida. Los cristianos de los primeros siglos viven fascinados por el Misterio de la muerte y resurrección de Cristo que viene a restaurar al hombre, la historia y el universo. Ya en el siglo II, el pueblo cristiano reserva un domingo particular para celebrar la Pascua. Por otra parte con la institución, fruto del Espíritu Santo, de la Iniciación cristiana en la noche de la Pascua, hace a ésta la fiesta principal de los cristianos. Es el propio san Pablo en su carta a los Romanos quien nos enseña que el Bautismo es la perfecta conformación con la muerte y la resurrección de Cristo (cf. Rm 6,3-5). Con el tiempo, aparecerá y se desarrollará un período de instrucción catequética, moral y espiritual pensada especialmente para los catecúmenos que recibirán su inminente Bautismo. Cuando tiempo después el Jueves Santo se convirtió en el día fijado para la reconciliación de los penitentes, haría que toda la comunidad cristiana asumiera el tiempo cuaresmal como tiempo para su renovación a través de la ascesis y la oración.
La Cuaresma se interpreta teológicamente a partir del Misterio pascual, celebrado en el Triduo sacro, unido a la celebración de los sacramentos de Iniciación cristiana y al sacramento de la Penitencia. El acento se debe situar en la acción purificadora y santificadora del Señor. Esto está recogido en la oración colecta del primer domingo de cuaresma: “Al celebrar un año más la santa cuaresma, concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud”. Es el tiempo de la gran llamada a todo el pueblo de Dios para que se deje purificar y santificar por su Señor y Salvador.
No podemos concluir la reflexión sobre la Cuaresma sin hacer referencia a los tres pilares que son la consecuencia y el fruto de la conversión cuaresmal, como nos dicen los Padres de la Iglesia: limosna, oración y ayuno. La fuente evangélica de estas actitudes son el eco de las palabras de Jesús en el llamado Sermón de la Montaña: “Cuando hagáis limosna… cuando oráis… cuando ayunáis” (Mt 6,2.5.16). Precisamente este evangelio es el que se proclama el Miércoles de Ceniza y con el que se inicia la Santa cuaresma.
El Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a no “vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos”.
Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño.
«… Rasgad los corazones, no las vestiduras « (Joel 2, 12-18)
«… Ahora es tiempo de gracia; ahora es día de salvación … « (2 Cor 5, 20 – 6, 2)
Jesús enuncia brevemente el principio fundamental (v.1) sobre la justicia o «ideal moral» cristiano; después presenta tres aplicaciones concretas, en contraste con la hipocresía farisea.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. 2 Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga.
3 Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; 4 así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. 5 Cuando recéis no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. 6 Cuando tú vayas a rezar entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre que está en lo escondido, y tu Padre que ve en lo escondido, te lo pagará.
16 Cuando ayunéis no andéis cabizbajos, como los farsantes que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. 17 Tú, en cambio, cuando ayunes perfúmate la cabeza y lávate la cara, 18 para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre que está en lo escondido; y tu Padre que ve en lo escondido, te recompensará.
Si la bendición e imposición de la ceniza se hace sin misa, oportunamente puede ser precedida por la liturgia de la palabra, tomando los textos señalados para la misa de este día.
Principio: no busques la recompensa de tus obras en la opinión de los hombres, sino en el agrado del Padre celestial que todo lo ve.
Las aplicaciones a la limosna (2-4), oración (5-6) y ayuno (16-18) siguen un mismo esquema: 1º., conducta de los hipócritas, juzgados ya por el Señor; 2º., conducta del discípulo de Jesús, a quien se promete la recompensa del Padre.
Oportunidad de un reajuste de nuestras prácticas cristianas en el umbral de la cuaresma. No atender al qué dirán de los hombres, sino al juicio del Padre. Saber esperar sólo de él la recompensa.
Comentario bíblico al Leccionario Ferial
Revisamos en el umbral de la Cuaresma los tres ejes de nuestra vida cristiana:
Tres miradas a cambiar: hacia el otro – los otros; hacia arriba, hacia Dios; y hacia adentro, hacia mí mismo.
Serías capaz de hacerte un «proyecto cuaresmal de vida».
Podemos comenzar instaurando el símbolo cuaresmal: la cruz desnuda en lugar central.
¿Cómo podríamos ayudarnos unos a otros en este itinerario cuaresmal?
Terminamos orando juntos el Salmo 51 (50)
Ten piedad de mí, oh Dios, por tu amor,
por tu inmensa compasión, borra mi culpa;
lava del todo mi maldad, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado;
contra ti, contra ti solo pequé; hice lo que tú detestas.
Por eso eres justo cuando hablas e irreprochable cuando juzgas.
Mira que nací culpable, pecador me concibió mi madre.
Pero tú amas la verdad en lo íntimo del ser,
en mi interior me enseñas sabiduría.
Rocíame con hisopo, y quedaré limpio,
lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
Hazme sentir el gozo y la alegría,
y exultarán los huesos quebrantados.
Aparta tu vista de mis pecados, borra todas mis culpas.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
renueva dentro de mí un espíritu firme;
no me arrojes de tu presencia,
no retires de mí tu santo espíritu.
Devuélveme el gozo de tu salvación,
afirma en mí un espíritu magnámino;
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a tí.
Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío,
y mi lengua proclamará tu fidelidad.
Abre, Señor, mis labios y mi boca proclamará tu alabanza.
Pues no es el sacrificio lo que te complace,
y si ofrezco un holocausto no lo querrías.
El sacrificio que Dios quiere es un espíritu contrito:
un corazón contrito y humillado tú, oh Dios, no lo desprecias.
Favorece a Sión por tu bondad,
reconstruye las murallas de Jerusalén.
Entonces te agradarán los sacrificios prescritos,
holocausto y ofrenda perfecta;
sobre tu altar se ofrecerán novillos.
Andrés Huertas
«… Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida …» (Gen 9 8-15)
«… El bautismo … no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura … « (I Pe 3, 18 – 22)
El desierto es lugar de experiencia, de prueba y de encuentro con Dios. Jesús recorre el mismo camino que cualquiera de nosotros.
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. 13 Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. 14 Cuando arrestraron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el evangelio de Dios. 15 Decía:
– «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed en el evangelio».
La condición mesiánica de Jesús y su filiación divina no le sustraen de la historia humana y, consiguientemente, tampoco de sus pruebas y sufrimientos. Al contrario. Le sumergen de lleno en la lucha que en esta historia se libra. También él, como verdadero hombre, tiene que vivir el desierto de la prueba y recorrer el duro camino que conduce a la salvación. Pero ¿en qué consiste esa prueba purificadora de su estancia en el desierto? Marcos, a diferencia de Mateo y Lucas, no ofrece aquí la respuesta. Intentará darla a lo largo de toda su obra, porque la tentación se prolongará durante todo el desarrollo de su misión. Siempre habrá alguien que pretenda disuadirlo, apartado del camino que el Padre le ha trazado. Su vida será una constante lucha entre el «fuerte» y el «más fuerte» (véase Mc 3 21-30), lucha que concluirá en una victoria definitiva para él, anunciada ya desde ahora con las imágenes de los animales salvajes y los ángeles a su servicio (véase Gn 2 y 3). Jesús era el segundo Adán, que, venciendo a quien venció al primero, restablecerá para toda la creación el proyecto original de Dios.
Con estas indicaciones del prólogo el lector creyente queda orientado para emprender ya, de manera correcta, la lectura y meditación de todo lo que sigue. Ha de evitar falsas esperanzas y triunfalismos peligrosos. La alegre noticia de Jesús, Mesías e Hijo de Dios, no va a seguir el esquema ya gastado de los honores, el esplendor y la gloria. Va a asumir los rasgos insólitos de la debilidad, la lucha y el sufrimiento.
El mensaje del Nuevo Testamento
Francisco Pérez Herrero
Casa de la Biblia
Señor, nos llamas al desierto con Jesús; un desierto poblado de tentaciones, peligros y pruebas (v.13). Donde sólo tu voz y tu Palabra se hacen encuentro para nosotros.
Nos llamas, Padre, como a Jesús al desierto. Lugar de intimidad, de encuentro y de diálogo; en este desierto de nuestra vida nos encontramos con tu silencio, que nos exige atención: atención a lo profundo de sí mismos, atención a lo alto, atención al hermano. Son tres caminos por donde llegas a nuestras vidas.
El camino hacia la Pascua contigo, comienza en este desierto nuestro y es un camino de liberación.
Configúrate el desierto personal:
Acércate a la Palabra:
¿Cuáles son los signos de la «cercanía del Reino»?
¿Florece el amor en nosotros y entre nosotros?
Terminamos orando juntos el Salmo 51 (50)
Ten piedad de mí, oh Dios, por tu amor,
por tu inmensa compasión, borra mi culpa;
lava del todo mi maldad, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado;
contra ti, contra ti solo pequé; hice lo que tú detestas.
Por eso eres justo cuando hablas e irreprochable cuando juzgas.
Mira que nací culpable, pecador me concibió mi madre.
Pero tú amas la verdad en lo íntimo del ser,
en mi interior me enseñas sabiduría.
Rocíame con hisopo, y quedaré limpio,
lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
Hazme sentir el gozo y la alegría,
y exultarán los huesos quebrantados.
Aparta tu vista de mis pecados, borra todas mis culpas.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
renueva dentro de mí un espíritu firme;
no me arrojes de tu presencia,
no retires de mí tu santo espíritu.
Devuélveme el gozo de tu salvación,
afirma en mí un espíritu magnámino;
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a tí.
Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío,
y mi lengua proclamará tu fidelidad.
Abre, Señor, mis labios y mi boca proclamará tu alabanza.
Pues no es el sacrificio lo que te complace,
y si ofrezco un holocausto no lo querrías.
El sacrificio que Dios quiere es un espíritu contrito:
un corazón contrito y humillado tú, oh Dios, no lo desprecias.
Favorece a Sión por tu bondad,
reconstruye las murallas de Jerusalén.
Entonces te agradarán los sacrificios prescritos,
holocausto y ofrenda perfecta;
sobre tu altar se ofrecerán novillos.
Andrés Huertas
«… Por no haberte reservado a tu hijo, tu hijo único, te bendeciré …» (Gen 22 1-2. 9-13. 15-18)
«… El que no perdonó a su propio Hijo … ¿cómo no nos dará todo en él» (Rom 8, 31 – 34)
Los discípulos contemplan una inédita dimensión de Jesús: su persona resplandece a la luz del Padre que nos invita a «escucharle».
M 17 1-13; Lc 9 28-36; 2 Pe 1 17-18; Mt 11 14; 2 Re 2 11-12; Sal 2 7; Mc 1 11; Dt 18 15; Mal 3 23-24
Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los llevó a solas a un monte alto y quedó transfigurado ante ellos. 3 Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos. 4 Se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús.
5 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
– Maestro, estamos muy bien aquí. Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
6 Estaban tan asustados que no sabía lo que decía.
7 Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube:
– Este es mi Hijo amado; escuchadle.
8 De pronto, cuando miraron alrededor, vieron sólo a Jesús con ellos. 9 Al bajar del monte, les ordenó que no contaran a ninguno lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos.
10 Ellos guardaron el secreto, pero discutían entre sí sobre lo que significaría aquello de resucitar de entre los muertos.
Las severas palabras de Jesús sobre el camino doloroso del Mesías y del discípulo resultan desconcertantes, provocando abatimiento y desilusión entre los suyos. Estos necesitan rehacerse, recobrar fuerza y coraje. A ello se orienta la transfiguración, sobre el monte, episodio estrechamente relacionado con el relato anterior a través de una precisa y significativa indicación temporal (véase Ex 24 16). A tres discípulos se les otorga el privilegio de una experiencia singular, que es iluminación, aliento y exhortación.
El misterio de la persona de Jesús se les desvela por un momento. El candor deslumbrante de sus vestidos habla por sí mismo de su gloria. Las figuras de Moisés y Elías conversando con él indican que la ley y las profecías encuentran en Jesús su cumplimiento (véase Mal 3 22-24), siendo el Mesías esperado que colma todas las promesas y esperanzas. El testimonio del propio Dios confirma y culmina la revelación: es su Hijo amado (véase Mc 1 11; 12 6).
Tras esta iluminacion fugaz el velo vuelve a correrse y la peregrinación continúa. El camino se oscurece de nuevo. Pero su recorrido no resultará ya tan penoso, al menos si los discípulos no olvidan ese destello de luz sobre la meta que, como anticipo, han percibido en la cima del monte. Este recorrido queda marcado con un imperativo: la escucha. Auténtico discípulo es el que sabe escuchar al maestro, aun cuando sus palabras suenen a cruz y a sufrimiento.
A esta experiencia singular sigue la imposición de silencio por parte de Jesús. Tal imposición tiene en este caso un límite preciso: la resurrección del Hijo del hombre. La razón parece evidente. Sólo a la luz de la resurrección será posible comprender la transfiguración en todo su alcance y profundidad. Se trata, sin embargo, de una resurrección de entre los muertos. Con esta precisión se invita a los discípulos a recordar el anuncio de Mc 8 31. No han de sacar conclusiones erróneas La transfiguración gloriosa se verá precedida de la muerte.
El mensaje del Nuevo Testamento
Francisco Pérez Herrero
Casa de la Biblia
Señor, también nos llamas al Tabor, a la altura …, a ascender, a un diálogo con los grandes orantes de la historia de tu pueblo: Moisés y Elías (v.4).
No podemos quedarnos siempre en el Tabor, hemos de bajar (v.9), hemos de afrontar la vida con los hermanos, hemos de transformar nuestra condición humana sin separarnos de los otros; hemos de escrutar como los discípulos ¿qué significa resucitar de entre los muertos? (v.10).
«Ellos guardaron el secreto» (v.10); nosotros también en «secreto» trabajamos contigo para vivir y resucitar contigo …
¿En qué pones más el acento en el desierto -tentación- o en el Tabor -elevación- ?
¿Buscas conocer más a Jesucristo?
Podemos comenzar dialogando lo que significa hoy para nosotros » – Este es mi Hijo amado, escuchadle » (v.7).
¿Sabríamos compartir, sencillamente, lo que vivenciamos escuchando a Dios?
Podemos terminar orando en silencio, cogidas las manos.
Andrés Huertas
«… Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.» (Ex 20 1-17)
«… Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judios …» (I Cor 1, 22-25)
El templo de Jerusalén tenía una gran carga histórica, simbólica y religiosa; Jesús anuncia una nueva «economia» salvadora: la interiorización, encarnación y resurrección.
En aquel tiempo, se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. 14 Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; 15 y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; 16 y a los que vendían palomas les dijo:
– «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
17 Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».
18 Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
– «¿Qué signos nos muestras para obrar así?».
19 Jesús contestó:
– «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».
20 Los judíos replicaron:
– «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
21 Pero él hablaba del templo de su cuerpo. 22 Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
23 Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; 24 pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos 25 y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
2,13-22 Sustitución del templo.
Los sinópticos sitúan este episodio en la última semana de la vida de Jesús. Probablemente demasiado tarde. Un reto tan importante lanzado al judaísmo no puede dejarse para última hora. Muy probablemente Juan lo presenta demasiado pronto. Semejante acción presupone una larga actividad, que haya dado a conocer a Jesús. Para el cuarto evangelio es un gesto programático que, como tal, debe figurar al principio de la actividad de Jesús.
El análisis del texto nos descubre su aspecto programático: el episodio es introducido mediante la afirmación sobre la proximidad de la fiesta judía de la pascua. Esta forma de mencionar la fiesta principal de los judíos indica distancia y separación frente a ellos. Además la pascua era fiesta de liberación. Evocaba el paso de la esclavitud a la libertad (Ex 12,17; 13,10). En tiempos de opresión, el pensamiento de la liberación se acentuaba más; surgía inevitablemente la idea de una nueva liberación. Y éste era el caso en tiempos de Jesús.
Con motivo de la fiesta, y para atender a las necesidades de los peregrinos, se organizaba en torno al templo, en el atrio de los gentiles, un gran mercado que ofrecía todo lo necesario para los sacrificios. Los más pudientes compraban ovejas o bueyes. Los menos afortunados adquirían palomas. La presencia de los cambistas era necesaria ya que las ofrendas debían hacerse en moneda judía, para evitar las efigies del emperador o de los dioses paganos que figuraban en otras clases de moneda. Era todo un negocio, sobre todo para la clase sacerdotal. El gesto de Jesús es interpretado como una acción profética en la tradición sinóptica, que cita a Isaías (Is 56,7) y a Jeremías (Jr 7,11). El texto de Juan cita a Zacarías (Zac 14,21), que hace referencia clara a los tiempos mesiánicos. Estos han llegado. Es la gran enseñanza que ofrece el evangelio de Juan: Jesús inaugura un tiempo nuevo en el campo de las relaciones del hombre con Dios. Reemplaza al templo antiguo, que era la institución más significativa de Israel.
En este evangelio, en lugar de hablar de la purificación del templo, sería más exacto referirse a la «sustitución» del mismo. Jesús no es sólo un profeta reformador, es el Hijo de Dios. Al designar al templo como la casa de mi Padre, Jesús se presenta como el Hijo, que tiene autoridad en el templo y sobre él. Una autoridad que sólo tenía Dios. Quien tiene autoridad sobre el templo es el Señor. El evangelio de Juan es el único que constata la acción de Jesús de echar fuera del recinto del templo a los animales, ovejas y bueyes. Ya no eran necesarios. El templo antiguo, con todo lo necesario para que pudiese cumplir su función sacrificial, era sustituido por el nuevo templo: Jesús es el nuevo templo, el lugar del encuentro del hombre y Dios.
La pascua cristiana, que es la restauración del templo derruido, aclarará todo el significado de esta acción simbólica. Lo dice expresamente el evangelista en Jn 2, 21-22. En el evangelio de Juan el «recuerdo» es muy importante. Siempre presupone la reflexión posterior a la luz de la pascua. La fe de los discípulos en la Escritura (Jn 2,22) puede referirse al Antiguo Testamento en su conjunto, que da testimonio de Jesús (Jn 5,39) o al Sal 69,10 (Jn 2,17).
Comentario al Nuevo Testamento
Casa de la Biblia
Señor, es fácil entrar en tu recinto, en tus paredes, en tus espacios …; entrar y salir según nuestros gustos, como quien va al mercado … (v.16); tenerte ubicado, controlado …, disponible, es una forma manipuladora sobre ti que nos convierte en heréticos.
Encontrarnos contigo, Señor, y encontrarnos con otros templos habitados por ti viene a ser el ejercicio cotidiano de nuestra existencia. ¡Cuanto templo arruinado, olvidado, despreciado y mancillado por el abuso injusto y la guerra!
Ayer el Templo fue convertido en un «mercado», hoy el mercado urge ser convertido en templo: encontremos a Dios que habita en nuestros hermanos.
¿Necesito resituarme, ahondar, silenciar este espacio misterioso que soy?
¿Por dónde comenzar?
Podemos compartir la frase siguiente: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (v.19).
¿Encontramos templos rotos, profanados en nuestro entorno?
Terminamos orando juntos el siguiente texto.
TEMPLOS PROFANADOS
Así,
una víctima inocente es un deicidio,
un niño hambriento es una blasfemia,
una mujer violada es una profanación,
un torturado física o psicológicamente es un sacrilegio,
un esclavo u oprimido es un pecado contra el Espíritu Santo,
un drogadicto es un templo derrumbado,
un engañado o traicionado es un perjurio …
Andrés Huertas
«… Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas …» (2 Crón 36 14-16. 19-23)
«… Por pura gracia estáis salvados …» (Ef 2, 4-10)
Jesús es el estandarte levantado en medio del mundo. El que acepta su luz, es salvado por Él.
Lectura del santo evangelio según san Juan (Jn 3 14-21)
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: <br/>14 – «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, 15 para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
16 Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
17 Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
18 El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
19 El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.
20 Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
21 En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que vea que sus obras están hechas según Dios».
No existe mejor síntesis de la vida cristiana. Así es el mensaje joánico. Estamos ante el mejor resumen de la teología joánica. El mejor comentario del mismo nos lo ofrece otro texto del cuarto evangelio, que habla de Jesús como el Enviado, de quien lo ha enviado y de la fe en ambos, del juicio que se realiza en la aceptación o rechazo de la luz (Jn 12 44-50).
La «elevación» de Jesús (Jn 3 14) es la que constituye el reino, reinado o señorío de la vida. En la elevación a la cruz va incluida la exaltación a la gloria. En dicha elevación, el evangelista Juan acentúa las ideas siguientes: la victoria sobre el príncipe de este mundo (Jn 12 31; 14 27-30); la participación del hombre en ella mediante la fe (Jn 12 32); la muerte en cuanto paso necesario y un aspecto parcial de la elevación; la cruz no es el lugar de la máxima humillación, sino un aspecto de la elevación. En este evangelio el fundamento de la teología o de la reflexión teológica no es la cruz, sino el estar sentado a la derecha del Padre; Jesús aparece como el vencedor de la muerte (Jn 5 26; 14 30) y el dador de la vida para todos los que creen en él.
El juicio, de salud o desgracia, se realiza en la actitud de aceptación o rechazo frente a Jesús (Jn 3 18-21). En el evangelio de Juan no existe un juicio futuro, que tendría lugar al final de los tiempos, al estilo sinóptico (Mt 25 31 ss). El juicio se realiza aquí y ahora por la actitud del hombre ante el Revelador (Jn 3 18). Dios envió a su Hijo al mundo para que el hombre pueda salvarse. Dios hizo la oferta de la vida. Oferta que sigue abierta. Debe ser aceptada en la fe. Lo contrario equivale a la auto-exclusión de la vida. Ese es el juicio.
En resumen: el reino es presentado como la vida eterna. El acceso a él lo hace posible la fe y el sacramento, que no es eficaz sin ella.
Comentario al Nuevo Testamento
Casa de la Biblia
La luz está en la Cruz, en «el Hijo del Hombre elevado» (v.14).
Quien salva es la luz del amor de Cristo, no el dolor, la pasión y la muerte. Estas realidades son la consecuencia de la entrega, de la coherencia y del amor en la vida. Quien ilumina, realiza y salva es el amor vivido en cada momento, el dolor y la muerte son consecuencias del amor, porque los hombres «obran perversamente y detestan la luz» (v.20).
Acercarse a la luz y realizar la verdad del amor es el camino de la Redención, personal, interpersonal y comunitaria, es participar de la obra redentora de Cristo.
¿Con qué actitudes asumo el sufrimiento y el dolor en mi existencia?
En el juicio permanente de la vida, ¿elijo la luz del amor o prefiero otras tinieblas?
Comentamos y compartimos: «así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna» (v.14-15).
¿Cómo nos acercamos nosotros, hoy, a las pasiones de nuestros contemporáneos?
Terminamos repitiendo la máxima franciscana.
«Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
pues por tu santa Cruz redimiste
al mundo».
Andres Huertas
«… Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano» (Jer 31 31-34)
«… Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer …» (Heb 5 7-9)
Morir con amor y por amor siempre engendra vida. La historia de Jesús es nuestra historia. Nos cuesta aprender la relación muerte – vida.
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; 21 éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
– «Señor, quisiéramos ver a Jesús».
22 Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
23 Jesús les contestó:
– «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.
24 Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere,trigo da mucho fruto. 25 El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. 26 El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará.
27 Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. 28 Padre, glorifica tu nombre».
Entonces vino una voz del cielo:.
– «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».
29 La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
30 Jesús tomó la palabra y dijo:
-«Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. 31 Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. 32 Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacía mí».
33 Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
12, 20-26. Los griegos buscaban a Jesús.
El episodio en cuanto tal, no conocido por los sinópticos, refleja la situación eclesial posterior a la partida de Jesús. El evangelio se abre al mundo griego, más allá de las fronteras judías. La escena, al ser situada en el marco histórico de la vida terrena de Jesús, obliga al cambio de movimiento en sus protagonistas: son los griegos los que suben a Jesusalén para ver a Jesús. En realidad fue Jesús, a través de los evangelizadores o ministros de su palabra, el que se dirigió a los griegos. El evangelista tiene en cuenta no sólo el tiempo de Jesús en el que, efectivamente, podían haber subido a Jerusalén algunos griegos, judíos residentes fuera de su país, para adorar a Yahvé. El evangelista tiene en cuenta, además, y en primer lugar, la historia incipiente del cristianismo cuando éste se abrió al mundo griego. Y cuando escribió el autor del cuarto evangelio esta apertura había llegado ya hasta los confines de la tierra, hasta Roma: los «griegos», los no judíos, habían visto a Jesús, se habían adherido a él mediante la aceptación de la nueva fe.
En esta apertura del evangelio al mundo gentil juegan un papel decisivo Felipe (Hch 8) -creemos que Felipe, considerado como unos de los siete «diáconos» en el libro de los Hechos, es la misma persona que su homónimo el apóstol- y Andrés, del que tenemos más escasas referencias. Por eso son mencionados en este relato, porque son los instrumentos de la evangelización del mundo griego. Notemos que en el evangelio de Juan estos dos apóstoles aparecen también juntos en el relato de la multiplicación de los panes. Son ellos los que darán «el pan de vida» a los no judíos.
El episodio es seguido por una serie de sentencias o logia de cuño sinóptico. Juan tiene, como es habitual en él, sus peculiaridades: el logion o sentencia sobre el grano de trigo tiene en él un sentido cristológico: Jesús, debe pasar por la muerte para que su obra sea eficaz, lo mismo que el grano de trigo… Tenemos la misma metáfora en 1 Cor 15 36, donde tiene también un sentido cristiano; los seguidores de Jesús deben aplicarse esta misma ley seguida por el Maestro: la vida a través de la muerte. En los sinópticos el grano de trigo es utilizado para designar la simiente del reino (Mc 4 3-8. 26-29).
El proverbio sobre el «amar la vida y perderla» (Jn 12 25) tiene múltiples semejanzas con el mundo sinóptico (Mc 8 35; Lc 9 34). En él se refiere al sufrimiento de los discípulos. El evangelio de Juan lo aplica, en primer lugar, a los sufrimientos del Hijo del hombre y, en segundo lugar, a sus seguidores (Jn 15 18-21).
También es sinóptico el proverbio sobre «el servicio, servir, seguir …» (Jn 12 26; véase Mc 8 34 s). Este texto es más esquemático y omite lo de «llevar la cruz», pues pretende completar y explicar lo afirmado en el versículo anterior sobre «amar la vida y perderla». El servidor de Jesús, el creyente, debe seguirle hasta la muerte. Y este seguimiento hasta la muerte significa también el seguimiento hasta la gloria del cielo (Jn 12 33).
Comentario al Nuevo Testamento
Casa de la Biblia
Quisieramos ver a Jesús» (v. 21) le dicen los griegos a Felipe y este es el mismo que le dice a Jesús:
– «Señor, muestranos al Padre y nos basta». Pero recibirá una respuesta desconcertante: – «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14 8-9).
Este «ver» es misterioso porque Jesús declara: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre» (v.23).
Sólo el amor es digno de ser creido.
Podemos comentar: «Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto» (v. 24).
Podemos terminar con la oración de San Francisco ante el crucificado de San Damian.
¡ Oh alto y glorioso Dios !,
ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta,
esperanza cierta y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla tu santo y veraz mandamiento.
Andrés Huertas
«… El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás …» (Is 50 4-7)
«… Se despojó de su rango, y tomando la condición de esclavo pasó por uno de tantos …» (Flp 2 6-11)
La cruz es la consecuencia de su fidelidad y coherencia en el amor. La obediencia de Jesús pasa por el amor inquebrantable a Dios su Padre y a las criaturas.
El momento de la salvación para Jesús y para el mundo llega con su muerte. El evangelista se limita a referir el hecho con impresionante sobriedad: Lanzando un fuerte grito, expiró. Se preocupa, no obstante, de encuadrarlo entre dos signos apocalípticos y entre dos frases cargadas de profundidad y de misterio: la una es la última oración de Jesús; la otra, la primera confesión de un pagano.
A las tinieblas en pleno día y en todo el país -símbolo de la tristeza de toda la creación y del alcance cósmico de aquel drama que se desarrolla en el Gólgota- sigue la oración atormentada de Jesús, que en el abismo de su soledad se siente abandonado incluso de Dios. Es un grito de verdadera angustia. Inútil resulta pretender endulzarlo, alegando que son las primeras palabras de un Salmo que termina en alabanza. Sin embargo, aun siendo la expresión de la experiencia más radical del sufrimiento solitario, el grito no deja de expresar a la vez el deseo de asirse a Dios contra toda experiencia, de reivindicar a Dios como Dios mío, aunque se muestre como Dios ausente. De este modo se convierte en un grito que asegura la realidad de Dios para todos los tiempos, incluso para aquellos en los que las dificultades de la vida no permiten aferrarlo. Si alguien se abre a él por un instante, no podrá cerrarse después a los gritos del enfermo, del hambriento, del oprimido, del condenado en nuestro mundo.
Al desgarrón del velo del templo -símbolo a la vez de su destrucción irremediable y de su apertura definitiva a todas las gentes- sigue la confesión del centurión pagano al contemplar el modo en que muere Jesús. Sus palabras no son para el evangelista un simple comentario de un testigo imparcial. Constituyen el punto de llegada de toda su obra, ofreciendo la respuesta completa al interrogante fundamental que constantemente ha intentado suscitar: ¿Quién es éste? En el Gólgota, en el momento de la derrota y del fracaso, después del abandono del Padre, en el instante mismo de la muerte, un pagano percibe la verdadera identidad de Jesús, aquello que le define en lo más íntimo de su ser: su filiación divina. En la muerte, por tanto, es donde se desvela por completo el misterio de la persona de Jesús. Las numerosas epifanías secretas a lo largo de todo el evangelio encuentran aquí su punto culminante. El hecho de que esta revelación plena sea percibida por un pagano significa que con la muerte de Jesús también ellos tienen acceso al templo con el velo rasgado, es decir, al lugar del encuentro con Dios, que no será ya un edificio de piedras, sino el mismo Jesús. También ellos entran a formar parte del pueblo de Dios, caracterizado no por un culto determinado, sino por la confesión de Jesús como Hijo de Dios.
Con la alusión a la valiente fidelidad de unas mujeres, que como modelos perfectos del auténtico discípulo contemplan desde lejos lo sucedido en el Gólgota (Mc 15 40-41), el evangelista nos invita a tender la mirada ya a otro lugar. Hay que dejar el Gólgota y centrar toda la atención sobre la tumba de Jesús. En torno a ella se desarrolla la última escena de la historia de la pasión, una escena que, ratificando la terrible realidad de la muerte de Jesús, constituye la conclusión esperanzadora y gozosa del drama del Calvario y del drama presentado a lo largo de todo el evangelio.
Evangelio según San Marcos
Francisco Pérez Herrero
Casa de la Biblia
Vivimos rodeados de signos de muerte: violencia, guerras, odios, egoismos, injusticias y hambre; necesitamos signos de vida y de paz.
El Mesías nos ofrece su programa:
Hoy entramos en la Semana Grande, en la Semana Santa. Dios pasa en las celebraciones de la vida nueva: Reconciliando, Amando, Muriendo y Resucitando.
El Misterio de Muerte – Resurrección siempre es nuevo y diferente para nuestra existencia ¿Qué rostro nos mostrará este año, en el ahora de nuestra vida?
Esta semana podemos compartir alguna de estas palabras de Jesús en la pasión de San Marcos:
Testimonio del centurión:
Terminamos con una oración en silencio.
Andrés Huertas